jueves, 29 de agosto de 2013

La combinación perfecta –Parte 6–




Azucena –Venga, niñas, sentaos a la mesa, que en seguida bajará vuestro padre.

Dolores –¿Qué hay de comer?

Azucena –Pues no lo sé porque he estado muy ocupada haciendo cosas importantes y esta vez ni tiempo he tenido de supervisar las ollas. Bueno, parece que por fin ya estamos todos. ¡Jacintaaaaa! ¡Tráiganos ya la comida, que llevamos un montón de rato esperando! ¡Nos va a provocar a todos una muerte por "inambrición"! 

Asistenta –Sí, señora. En ‘cuantito’ esté listo el arroz con las verduras, les sirvo.

Azucena –No pienso repetírselo dos veces, ¿me ha comprendido?

Casimiro –Esta mujer parece dura de oído.

Azucena –Luego le daré la gran noticia, a ver si eso lo capta a la primera.

Asistenta –Miren, aquí tienen. Como siempre, les preparé varios platos diferentes para que tengan un menú variado. Ahora me pondré de inmediato con el postre, ya que necesitará un ligero horneado. En seguida regreso con ello.

Azucena –Casimiro, pásame la botella de vino, hazme el favor. Aquí parece que si una misma no se sirve, no bebe.

Dolores –Buah, qué asco. Este bistec está súper crudo. ¡No pienso comerme esta bazofia!

Remedios –Yo tampoco pienso comer nada de esto. Tiene todo un aspecto horrible.

Casimiro –Las niñas tienen razón. La carne sangra, el arroz está prácticamente tan duro como el mármol, las verduras crujen y, si lanzo uno de estos tamales contra el techo, seguro que ni la gravedad lo baja… Cuando una persona hace las cosas sin ganas, se nota.

Remedios –Bueno, nosotras nos vamos a jugar. No estamos dispuestas a destrozar por completo nuestro delicado estómago de gourmet.

Dolores –Ni a perder nuestro valioso tiempo.

Remedios –Ya pillaremos alguna bolsa de patatas fritas de la despensa.

Azucena –Pero comeos también la empanada gallega que he comprado esta mañana. ¡Solo una bolsa de patatas no es comida!

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Remedios –¡Toma, lo sabía! Los prismáticos tras la maceta. Mamá es tan previsible…

Dolores –Oye, Reme, como no vamos a ponernos de acuerdo, en lugar de discutir durante horas propongo que nos turnemos cada tres minutos para mirar y que lancemos una moneda al aire para ver quién empieza primero.

Remedios –Venga, vale. Pues yo elijo cara.

Dolores –Yo también iba a elegir cara. ¿Estás segura de que no prefieres cruz?

Remedios –Sí, segura.

Dolores –Pues a ver cómo lo hacemos…

Remedios –A piedra, papel o tijera. La que gane tres veces se queda con cara.

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Casimiro –¡Cuernos! ¿Tampoco se le ha ocurrido echar sal a la comida? ¡Esto es el colmo! Creo que ha llegado la hora de extirpar la ineptitud en esta ejemplar casa. En cuanto vuelva del servicio se va a enterar de lo que vale un utensilio para acicalar el cabello... ¡Ahora vengo!

Azucena –¡Jacintaaaaa! ¡Preséntese en el salón ahora mismooooo!

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Remedios –¡Cruz! Je, je, je. ¡Dámelos!

Dolores –No oigo nada por aquí; eso es que ya deben estar comiendo. ¡Vamos, corre!

Remedios –No, espera. Quédate quieta un momento… Ahora sí oigo voces. Voy a ponerme en este círculo.

Amira –Seres diminutos cabrones, espíritus vengativos, portales dimensionales que se abren en los sitios más inesperados… Yo no tengo ese tipo de problemas; siempre sé dónde dejo mis cosas.

Dídac –Mujer, no te pongas así. Seguro que tarde o temprano termina haciendo acto de presencia. Ya aparecerá.

Remedios –Vaya, estaban buscando algo y justo ahora se han ido. ¡Detén el cronómetro!



sábado, 24 de agosto de 2013

Cómo crear canciones infantiles en 7 sencillos pasos

    
   1. Para empezar, deberás elegir el tema más triste, lúgubre, trágico, catastrófico o cruel que se te ocurra.

   2. Cuenta tu historia de manera muy muy muy muy muy, pero que muy muy muy repetitiva. Repito: de manera muy repetitiva.

   3. Si una rima te diera por hacer, así es como la tienes que hacer.

   4. Introduce de modo aleatorio algunas palabras sin conexión con el resto del texto o que carezcan completamente de significado.

   5. Una vez que hayas terminado con la letra, es hora de grabar. Busca una melodía pegadiza y canta tu futuro hit en un tono alegre.

   6. En cuanto a la voz, piensa que es tan importante como la misma historia, o incluso menos. No te esfuerces ni lo más mínimo en hacer gorgoritos y demás virguerías.

   7. Y por último, si todavía te sientes inspirado, puedes idear una coreografía para tu canción a raíz de la cual tu dignidad restante (si la hubiera) se apresure en hacer las maletas y se despida de ti hasta siempre.








jueves, 4 de julio de 2013

La combinación perfecta –Parte 5–



Azucena –¿Crees que le sentaría bien a mi cuello aquel collar que vimos en Luxury? El de los diamantes gordos, "enquistados" en oro blanco de 24 quilates. Imagina cómo me quedaría junto con un vestido de Petra Abdelnor y un sombrero de esos capaces de dar sombra a medio continente africano.

Casimiro –Huelga decir que estarías esplendorosa y elegante como la más refinada de las princesas, pero no creo que pudiese soportar lo que conllevaría que lucieses en público semejante atuendo, viéndome obligado, constantemente, a tratar de ahuyentar a cientos de buitres que revolotearían a tu alrededor.

Azucena –¿Insinúas que normalmente voy por ahí hecha una facha y por eso no se me acerca nunca nadie?

Casimiro –En absoluto, querida mía. No quería decir eso.

Azucena –¡Entonces estás diciendo que mi belleza no vale nada, y que tengo que esconderme tras un montón de joyas para que unos pocos viejos me hagan algo de caso! Estoy más que harta de tus continuos "miniprecios", ¿sabes? Y para una vez que podrías compensarme, te niegas en rotonda.

Casimiro –Cielo, no te pongas así. Por supuesto que podrás tener todo cuanto desees cuando seamos aún más ricos... Bueno, si me disculpas, tengo que ir arriba a hacer una llamada.

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Jacobo –Sí, sé perfectamente de lo que me hablas, amigo. Fátima era igual de susceptible con esos temas femeninos. Son terreno peligroso. Al final terminé por comprarme unos tapones por si se me escapaba algún comentario sobre sus curvas que pudiese ser malinterpretado. Y en tu caso, con todo lo fuerte que grita tu mujer, mucho me extraña que no te hayan reventado ya los tímpanos.

Casimiro –Pues no sé, ahora que lo mencionas, suelo notar como una especie pitido constante en ambos oídos. Y duele. Es un dolor de intensidad media, pero que en ocasiones…

Jacobo –Mira, evadir por completo esa clase de temas te va a resultar imposible. Las esposas tienden a bombardear con preguntas referentes a su falta de hermosura para hallar consuelo en un falso reflejo, y no siempre es tarea fácil hacer de espejito mágico. Así que lo que yo haría en tu lugar sería llevar siempre encima algún tipo de protección contra las ondas “sonodestructivas”, como ya te he comentado.

Casimiro –Supongo que esa es mi única alternativa si quiero evitar la sordera prematura.

Jacobo –Bueno, aunque por otro lado, el hecho de no evitarla podría ser la gran solución a tus problemas, ¿no crees? Je, je, je, estoy bromeando. Me ofreciste demasiado whisky.

Casimiro –Jacobo, hay una cosa más que quería comentarte y básicamente por ese motivo procedí a realizar esta llamada.

Jacobo –¿Sí? ¿De qué se trata?

Casimiro –Pues verás, la señora que actualmente se encarga de la limpieza de mi casa ha cometido hoy una falta imperdonable que obviamente no puedo pasar por alto, así que me preguntaba si podrías facilitarme el teléfono de aquella chica búlgara con la que estuviste intimando durante un tiempo. Voy a conceder unas cuantas entrevistas esta tarde y he pensado que quizás la muchacha podría estar interesada.

Jacobo –La verdad es que no he vuelto a saber nada de esa persona después de que la dejase. Es posible que siga todavía con el mismo número. Pero cuando salíamos juntos ella trabajaba como ejecutiva de cuentas en una prestigiosa agencia de publicidad, y no creo que las cosas se le hayan podido torcer tanto desde entonces.

Casimiro –Bueno, olvídalo. Acabo de acordarme de otras tres posibles candidatas a quienes el azar no habrá sonreído en la misma medida. En fin. Me están haciendo señas para ir a comer, así que tengo que dejarte. Espero tu llamada para tratar la cuestión que tenemos pendiente. 



viernes, 3 de mayo de 2013

La combinación perfecta –Parte 4–



Casimiro –Cielo, está tardando mucho hoy la asistenta. ¿No te habrá llamado a tu móvil para avisarte de que vendría más tarde? Porque hace ya cuatro minutos que debería estar aquí.

Azucena –No, mi teléfono no ha sonado en toda la mañana.

Casimiro –Pues en ese caso habrá que despedirla. En cuanto llegue, dile que se apresure a preparar la comida para todos y luego la echas. Esta misma tarde convocaré otro casting para seleccionar a una nueva empleada del hogar.

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Jacobo –Bueno, Casimiro, me han encantado tus historias. Especialmente la de aquella vez que pediste un café irlandés y la negligente camarera te sirvió una manzanilla. Pero, vista la hora que es, debería ir yéndome ya. No quiero que se me impaciente la señorita, je, je.

Casimiro –¡¿Cómo?! ¡Pero si aún no te he contado lo mejor! Va, quédate solo un par de minutos más y te aseguro que merecerá la pena. 

Jacobo –Está bien, tomémonos la última copa. Pero diez minutos y me marcho. Suerte que tengo un Audi nuevecito aparcado ahí afuera.

Casimiro –Verás, pues la cuestión es que aquella soleada mañana yo me levanté de la cama a las siete en punto, como vengo haciendo todos los días desde que era un infante, y sin pasar primero por el aseo me dirigí directamente a la cocina a por…

Jacobo –Nueve minutos.

Casimiro –Total, que después de tomar el desayuno y de leer la prensa fui a ver si los vecinos ya estaban en pie. Encontré al chico metido en el garaje, aunque en lugar de estar fabricando chismes manoseaba una especie de sustancia viscosa, de color oscuro. Al cabo de un rato, cuando sacó las manos de la palangana pude advertir que se trataba de una criatura viva, pues no dejaba de moverse de modo similar a un pulpo. No obstante, la diferencia con dicho animal marino era abismal... Jacobo, si no fuera porque soy una persona sumamente inteligente y con una gran sensatez, hubiera pensado que esa cosa era alguna clase de alienígena. Jamás había visto nada mínimamente parecido.

Jacobo –¿Pudiste ver si tenía ojos, boca, garras…?

Casimiro –No distinguí ninguna parte concreta de su anatomía. Parecía solamente un pedazo de masa en continuo movimiento.

Jacobo –Es bastante extraño. Aunque probablemente se meneaba debido a algún tipo de mecanismo oculto. Puede que la masa estuviese siendo agitada mediante ondas sonoras, por ejemplo.

Casimiro –Te aseguro que no se trataba de una mera ilusión óptica, eso sí que no. Es más, para que acabes de hacerte una idea respecto al surrealismo de la situación, añadiré el detalle de que media hora más tarde apareció la chica con el pelo bastante más corto que de costumbre y teñido de rubio platino. Aparte, también vi que llevaba en la oreja izquierda uno de esos horribles pendientes que están tan de moda ahora entre los jóvenes.

Jacobo –¿Un dilatador? Mi hijo quiere ponerse un par de ellos, pero le tengo dicho que por encima de mi cadáver.

Casimiro –Por Dios, ¡si solo tiene catorce años!

Jacobo –Exacto, eso mismo le dije a mi ex mujer. Catorce años. Pero, aunque no te lo creas, la mitad de los chicos y chicas de su clase ya van por ahí con esas cosas tan siniestras… Bueno, volviendo a lo de antes, ¿qué es lo que te parece tan raro de la situación que me estabas contando? Porque vale que el look que me describes no suena precisamente bien, y menos en una chica hembra tan hermosa, pero…

Casimiro –Pero al día siguiente volvía a llevar el pelo como siempre. Y del pendiente, ni rastro. Cuando me levanté esa mañana todo parecía haber vuelto a la normalidad. Tampoco había seres gelatinosos en el garaje… En definitiva, me quedé totalmente perplejo y desconcertado.

Jacobo –Vas a terminar pensando que soy un desconfiado, amigo, aunque comprenderás que no resulta fácil para alguien como yo asimilar tanto fenómeno paranormal en cuestión de minutos. Así que tengo que hacerte las preguntas de rigor. ¿No hay posibilidad de que todo lo que viste aquel día simplemente lo hubieras soñado?

Casimiro –No. Del todo imposible. Mira esta escalofriante cicatriz que tengo en el dedo.

Jacobo –¿Dónde? No veo nada.

Casimiro –Aquí, en el centro exacto de la segunda falange. Me hice la herida cortando un pomelo para el desayuno justo antes de encontrarme con aquella insólita escena.

Jacobo –Ajá... Sí, sí... Creo que ahora sí lo veo. Bueno, pues no tengo nada más que decir. Has conseguido realmente dejarme sin palabras. Supongo que te llamaré un día de esta semana o de la próxima para informarte de cómo está la cosa respecto a tu propuesta, pero ya te avanzo que el tema está bastante complicado.

Casimiro –Bien, me mantendré entonces a la espera. Gracias por tu tiempo, Jacobo. Me alegro mucho de haberte visto.

Jacobo –Lo mismo digo. Cuídate y dale recuerdos a tu mujer de mi parte.

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Casimiro –¡Querida! ¿Se ha presentado por fin la asistenta?

Azucena –Sí, acaba de llegar ahora mismo. ¿Sabes que ha tenido la poca vergüenza de decirme que se le ha pinchado una rueda mientras venía de camino? Por supuesto, nada más aparcar, se habrá puesto a toquetear los bajos del coche para que su pobre excusa resultara creíble. Se piensa que puede engañarme a mí, con unas manos sucias.

Casimiro –No te preocupes, querida mía. Todas las mentiras tienen un precio y esta miserable está a menos de una hora de pagarlo.  

Azucena –Los que no vamos a pagar nada somos nosotros.

Casimiro –¡Obviamente! Que se olvide de recibir remuneración alguna por lo que lleva trabajado este trimestre.

Azucena –Ah, y hablando de dinero, ¿qué tal te ha ido con Jacobo? ¿Has conseguido llegar a algún acuerdo con él?

Casimiro –Pues la verdad es que no ha salido para nada como yo esperaba. No se le veía demasiado convencido, a pesar de todos los detalles que he aportado para propiciar su colaboración. Mucho me temo que tendremos que continuar investigando por otras vías.

Azucena –Pero, ¿y a quién vas a recurrir? No podemos ir confiando en cualquiera, por mucho que sepa del tema.

Casimiro –En eso tienes razón, y ya nos hemos arriesgado demasiado esta vez. Durante toda la conversación he notado tan alto grado de escepticismo, tanto en sus gestos como en sus palabras...

Azucena –Ay, Dios santo, nos habrá tomado por un par de locos y ahora va a crearnos mala fama en todo el país. ¡Es el fin de nuestra impecable reputación!... Tienes que matarle.

Casimiro –Mujer, tampoco exage...

Azucena –Si es que teníamos que haber previsto algo así, ¡maldita sea! ¿¡Cómo pudiste pensar que iba alguien a…!?

Casimiro –¡Bueno, haz el favor de calmarte! Y baja la voz, que todavía va a terminar por enterarse la criada desde la cocina. Mira, cielo, sabes que yo no confío completamente en nadie más, aparte de ti, pero después de pasar sin éxito por la oficina de patentes tenía que intentarlo. Necesitaba a alguien que fuera capaz de cumplimentar el informe de patentabilidad detallando todas las características técnicas del invento, ya que es el paso previo para poder solicitar los derechos exclusivos de explotación. Piensa que, después de todo, éste podría ser el negocio del siglo y algo así merece que se asuman ciertos riesgos.




martes, 23 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 3–



Jacobo –Bueno. Entonces, tras hacer el descubrimiento, se te ocurrió que sería buena idea contemplar lo que se estaba cociendo al otro lado de tu casa.

Casimiro –No exactamente. Hombre, después de ver el potencial del instrumento que tenía entre mis manos, mi curiosidad se disparó de un modo extraordinario. Eso es cierto. Sin embargo, en un principio solo estaba interesado en comprobar todo lo que aquella preciosidad era capaz de hacer como mero artefacto tecnológico y, por ese motivo, agarré toda mi gran sed de ciencia, me dirigí raudo y veloz hacia el cuarto de baño y me dispuse a atravesar por completo la gruesa pared que separa los dos servicios. Allí fue donde me llevé la segunda sorpresa.

Jacobo –Tu bellísima vecina en la ducha... Frotándose los senos con la esponja… y el resto de zonas de su perfecto y delicado cuerpo… 

Casimiro –Sí. Pero lo realmente chocante de la situación es que de inmediato comenzase a gritar. 

Jacobo –¿A gritar?

Casimiro –Como una descosida, y mirando justo hacia donde yo me encontraba. Me sobresalté tanto con el repentino escándalo que mi primera reacción fue liarme a toser para disimular, mientras me apresuraba a activar la depiladora eléctrica de mi mujer y todos los cepillos de dientes a pilas.

Dolores –¡Papá, ya hemos terminado los deberes y tenemos hambre! ¿Cuándo va a venir la criada a hacernos la comida?

Casimiro –Princesas, solo son las doce y media. Id a picar algo a la cocina, mientras tanto.

Remedios –Hala, si es el móvil que yo quiero. ¿Me deja echarle un vistazo, señor Prieto?

Jacobo –Bueno, a no ser que cuentes con poderes telequinéticos, no te privaré de dirigir hacia él la mirada, je, je.

Remedios –Guay. ¿Qué botón hay que pulsar para que aparezcan hologramas? ¿Éste? ¿O es uno de estos cinco? No va, ¿por qué? ¿Cómo funciona?

Jacobo –No, nena, no me has entendido. Déjame que te…

Remedios –Anda, también tiene un puntero láser. ¡Qué pasada de teléfono!

Jacobo –Es una aplicación que me descargué que imita la espada de Darth Vader, pero es mejor no…

Remedios –Yium, yium, yium. ¡Vamos, Luke! ¡Sal de donde estés escondido y pelea como un hombre! Yium, yium…

Casimiro –Cariño, para jugar tienes el láser que te compré el verano pasado, que casi ni lo has usado. Va, devuélvele ya el móvil a Jacobo, que como se lo rompas va a tener que gastarse un dineral para comprarse otro.

Dolores –Hey, Reme, ya tengo el tigre en el estómago. 

Remedios –¿Sí? Perfecto. Pues nada, nosotras nos marchamos… ¡Hasta luego!

Jacobo –Se han ido ya, ¿verdad?

Casimiro –Oh, puedes estar seguro de ello. Cuando tienen hambre son capaces de ignorar el resto entero del universo hasta saciarse.

Jacobo –¿Sabes? No me puedo creer que dentro de poco tenga que irme, con lo interesante que se está poniendo esto. Continúa contándome. ¿Qué paso al final con tu vecina?

Casimiro –Que qué pasó con la vecina… Pues resulta que en cuestión de segundos apareció su marido preguntando, lógicamente, qué es lo que estaba ocurriendo. Y ella contestó… que había visto unos ojos. Unos ojos que la miraban fijamente. Todo esto solo lo escuché, claro.

Jacobo –Entonces ella pudo verte. O al menos a una parte de ti. Pero, de ser eso cierto, se me abren muchos más interrogantes.

Casimiro –Para empezar, te diré, que menos mal que terminaron pensando que se trataba de una alucinación o algo por el estilo, porque de lo contrario no hubiera sabido qué hacer en ese momento. Y supongo que me habría tocado emigrar a algún país indeseable donde el cumplimiento de las leyes y la seguridad personal brillasen por su ausencia. Imagina el calvario que podría haber supuesto semejante situación.

Jacobo –Casimiro, me vas a perdonar pero hay algo en todo esto que no me cuadra. Si me estás diciendo que aquel día la chica pudo ver que la mirabas, ¿cómo es que hace un rato ninguno de los dos vecinos se percató de que les estábamos observando, si los teníamos prácticamente enfrente de nosotros?

Casimiro –Je, je, je. Bueno, verás, a pesar del incidente, gracias a mi audacia y a mi poderoso intelecto con el tiempo averigüé que el artefacto no siempre se comportaba de la misma manera. ¿Te has fijado en las marcas de rotulador rojo que hay por toda la parte oeste de la casa? Pues su función es indicar lo que nosotros denominamos las “zonas de observación”. Ten por seguro que si te colocas tras uno de esos círculos, nadie más va a saber que estás ahí; a no ser que hagas algún ruido, claro.

Jacobo –Increíble, amigo. Empezaba a pensar que tu gusto por la decoración se había atrofiado.

Casimiro –Mira, yo no soy científico, ya que en su día decidí optar por una carrera de letras, pero parece ser que di con una especie de combinación perfecta entre los materiales interpuestos y la posición del instrumento para poder observar sin ser visto. A base de realizar diversas pruebas con suma cautela en las que mi señora y mis hijas participaron desde el otro lado, siempre con alguna excusa para colarse en ciertas partes de la casa, conseguí ir trazando el mapa con las zonas más seguras.

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Dolores –Bien, hemos conseguido birlar los prismáticos en todas las narices de papá y de su amigo gordo y no se han dado ni cuenta.

Remedios –"Hemos" no. En verdad he hecho yo todo el trabajo. Así que me corresponde jugar con ellos primero.

Dolores –¡Qué dices! ¿Cómo que has hecho tú todo el trabajo? Lo más difícil era distraerles y por eso yo debería tener prioridad. Dame eso y lárgate a zampar bollos, ¡fea!

Remedios –¿Te has mirado bien en el espejo? Te recuerdo que somos gemelas, pedazo de imbécil. Eres exactamente igual de fea que yo.

Dolores –Venga, suéltalos de una vez, ¡que los vas a romper!

Remedios –¡Aaah, no me muerdas!

Dolores –Mierda, la puerta... ¡Disimula, joder! Que viene alguien.

Azucena –¡Dolores y Remedios! ¿Ya os estabais peleando otra vez?

Remedios –¿Eh? Qué va, mamá, si no hacíamos nada.

Dolores –Solo practicábamos con un juego nuevo.

Azucena –¡Os he dicho millones de veces que no me mintáis! He escuchado lo que hablabais. Así que ya me estáis dando el aparato inmediatamente y echando a correr hacia vuestro cuarto, ¡si no queréis que os incruste en el culo la zapatilla!

Casimiro –Querida, ¿va todo bien?

Azucena –He pillado a las niñas comentando que no habían hecho los deberes, pero ya las he mandado a arriba a terminarlos. Y qué, ¿al final Jacobo ha venido a verte o no?

Casimiro –Está en la sala de estar. ¿Quieres venir a saludarle y, de paso, te unes a la reunión? Ya le he explicado el porqué de los círculos rojos y estaba a punto de contarle lo de aquella extraña visión que tuve el otro día.

Azucena –No puedo ir con vosotros. Tengo un montón de cosas que hacer. Hale, ve tú y ya me contarás luego lo que dice.

Casimiro –Le saludaré de tu parte, entonces.

Azucena –Bueno, pues por fin me dejan a solas para disfrutar un poco del culebrón. Vamos a ver de qué va hoy la cosa.

Amira –Ya que hoy me han dado el día libre en el restaurante y hace un día espléndido, he pensado que después de comer podríamos ir a dar una vuelta por la playa. Todavía hay muchos rincones de la isla que no te he enseñado. ¿Qué te parece?

Dídac –Por mí, perfecto. Tengo que terminar todavía algunas cosas, pero puedo dejarlas para más tarde o bien para mañana. ¡Ah! Y antes de que se me olvide: Tobías, el de la ferretería, me ha preguntado si había alguna posibilidad de conseguir reserva en El Infinito para cenar allí este sábado.

Amira –Ya estamos con los favores… Desde que empecé a trabajar para Peter Pullman todo el mundo pretende que le cuele. El jueves pasado, sin ir más lejos, tuve que agacharme tras un carrito de bebé para despistar a la señora que vive frente a la tienda de delicatessen, que siempre que me ve desde su jardín, milagrosamente, arranca a correr con el bastón para pedirme una mesa. ¿Es que no pueden llamar por teléfono con suficiente antelación y limitarse a tener paciencia? Pero bueno, esta vez haré una excepción y voy a considerarlo porque él siempre se ha portado muy bien contigo. ¿Sabes para cuántas personas sería la reserva?

Dídac –Quiere darle una sorpresa a su mujer por su aniversario. Así que supongo que irían ellos dos solos.

Amira –Uhm, si son solo dos, miraré a ver qué puedo hacer. Aunque para el sábado, precisamente… está difícil.

Dídac –Por cierto, cariño, tengo que decir que me tienes verdaderamente impresionado por lo de tus habilidades ninja. Llego a verte en ese momento en cuclillas, escondiéndote en medio de la calle de una octogenaria lisiada, y me descojono un poco.

Amira –Mira, no es por exagerar, pero yo creo que esa mujer en su juventud debió de ser campeona olímpica en alguna modalidad de atletismo. Estoy totalmente convencida, vamos.

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 Azucena –Ya viene éste otra vez para acá. A ver qué coño quiere ahora... Pues si está buscado los prismáticos, va listo. Detrás de esta maceta no podrá verlos.





viernes, 19 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 2–




Casimiro –¡Ssht! Calla, que vuelven otra vez.

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Dídac –¿Sabes qué? En lo que tú terminas de colocar toda la compra, yo voy a la tienda a por las nueces. Así, de paso, miro a ver si ha llegado ya el paquete con mis herramientas.

Amira –Vale. ¡Pero no te entretengas demasiado, eh!

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Casimiro –Bueno, Jacobo, vamos a la sala de estar y te sigo contando, hasta que esto se ponga de nuevo interesante.

Jacobo –Así que ésta era la razón por la cual te cogiste el año sabático. Puedo entender que, hasta cierto punto, te resulte entretenido presenciar el día a día de una pareja. Pero pasarse cuatro meses y medio espiando tras las paredes, a jornada completa, me parece todo un récord… Por cierto, y tu mujer y tus hijas, ¿qué opinan al respecto? Porque imagino que con todas las horas que le echas al tema, algo tienen que saber.

Casimiro –Sí, ellas están al corriente de todo. Es el gran secreto de la familia, que ahora también tú conoces. Je, je, de hecho, siempre nos peleamos por los prismáticos X cuando coincidimos todos en casa. Y mi esposa a menudo recurre a diferentes artimañas para mantenerme alejado de ellos por un rato, aunque obviamente nunca le dan resultado.

Jacobo –Mujeres… Ahora todas tienen la falsa creencia de que pueden dignarse a competir en un duelo intelectual contra un hombre.

Casimiro –Lo peor es que están plenamente convencidas de que van a ganarlo. Mira, es ponerse a hablar de féminas y ahí llegan mis hijas del colegio. Un poco temprano, por cierto.

Remedios –¡Hola, papi!

Dolores –Hola, papá. Hola, señor Prieto.

Jacobo –Buenas tardes, señoritas.

Casimiro –¿Qué tal están mis “rafflesias”? ¿Os ha ido bien hoy con la nueva profesora?

Remedios –No. Ha intentado humillarnos llevándonos la contraria delante de toda la clase. Es odiosa.

Dolores –Y una perfecta estúpida, como todas las demás.

Casimiro –Atreverse a contradeciros a vosotras… Seguro que no tenía ni la más remota idea de lo que hablaba. ¿Y cuál era la cuestión debatida? Si se puede saber.

Remedios –Pues yo me puse a leer mi redacción sobre animales marinos y, cuando llegué a la parte en la que describía su respiración, ella me cortó para decir que los peces no cogen el aire por la nariz. [Flashback]

Casimiro –¿Has oído eso, Jacobo? ¡Que los peces no respiran por sus fosas nasales! No sé qué va a ser de las nuevas generaciones con profesores tan mediocres. A este paso, en cincuenta años como máximo preveo el fin de nuestra especie. Bueno, vosotras no os preocupéis, que mañana mismo envío a vuestra madre a cantarle las cuarenta a esa “maestrucha”. Y ahora subid a vuestro cuarto a hacer los deberes hasta que llegue la hora de comer.

Dolores –¿Y luego podremos “ver la tele” un rato? Hoy casi no nos han puesto ejercicios para hacer en casa.

Casimiro –Ya veremos.

Jacobo –Debo decir, Casimiro, que este whisky escocés está de vicio. Tuvo que salirte por un ojo de la cara.

Casimiro –Sí. Cierto. Ya sabes que aquí tenemos por norma adquirir solamente productos de la mejor calidad. Una vez, a una de mis antiguas asistentas se le ocurrió comprar unos cereales de marca de distribuidor. La muy pérfida, para colmo, se había apresurado en sacar la bolsa de su caja para dejarla en la despensa al desnudo. Y si no fuese porque después de la segunda cucharada tuve que arrojar un pañuelo a la papelera, y vi allí el cartón asomando bajo varias cáscaras de mandarina... Pobre organismo mío.

Jacobo –Es difícil imaginar tanto sufrimiento.  

Casimiro –Pero prefiero omitir la avalancha de detalles en torno a ese caso que se me vienen ahora mismo a la cabeza; que tampoco es plan ahora ponerse a despertar indignaciones en la psique ajena. Así que, tal y como te iba diciendo antes, los vecinos de al lado tienen una tremenda fama de…

Jacobo –Casimiro, a la una en punto he quedado con una nueva amiga. Tú ya sabes a lo que me refiero. Así que agradecería que fueras al núcleo del grano. Supongo que me has citado con tanta urgencia por algo más que para relatarme las vidas de un par de individuos. ¿No es así?

Casimiro –Bien. Está bien. Pasemos entonces directamente al tema de los negocios. La cuestión es que, después de darle muchas vueltas, he acabado convenciéndome a mí mismo para tratar de obtener un rendimiento económico del invento.

Jacobo –Creo que ya sé por dónde vas... Ahora vas a mencionarme a mi ex mujer, ¿o me equivoco?

Casimiro –Bueno, ella trabaja como agente de patentes, tiene muchos contactos, y sé que tú eres la única persona en la que puedo depositar absoluta confianza. Por eso pensé que debía compartir esto contigo, e invitarte a formar parte de lo que ambos tenemos en mente.

Jacobo –Ya. No sé... Me encantaría de verdad decir que puedes contar conmigo para lo que sea. Pero, como podrás imaginar, la relación que tengo con Fátima no es precisamente buena después de lo que ocurrió. Si no fuera porque tenemos un hijo en común, ni siquiera me dirigiría la palabra.

Casimiro –En todo caso, no obstante, aún hay muchas cosas que me gustaría hacerte saber porque esto que has visto hoy es solo la punta de un gran iceberg.

Jacobo –Me tienes realmente intrigado, amigo. ¿Por qué no empiezas por contarme cómo te hiciste con este curioso aparato?

Casimiro –Oh, pues casualmente me lo encontré tirado en medio de la calle, justo enfrente de casa, cuando regresaba de una reunión del club de lectura. Supongo que se le debió de caer a alguien. Esa no es una historia demasiado emocionante.

Jacobo –¿Y supiste de inmediato lo que era?

Casimiro –No. Por su forma deduje que se trataba de unos simples prismáticos con un diseño un tanto estrambótico. Aun así me sentí cautivado por el objeto, como si estuviera dotado de cierto magnetismo, y decidí llevármelo a casa y probarlo esa misma noche. En primer lugar, me asomé a la ventana de mi despacho y traté de enfocar varios objetos que se encontraban a una distancia considerable con el fin de comprobar su efectividad. Debo decir que entonces me sentí muy decepcionado con el hallazgo, pero no me rendí y seguí probando con algunos objetivos más cercanos. Cada vez más cercanos. En un momento dado, me di la vuelta, me senté en mi sillón de piel auténtica e intenté conseguir una visión ampliada del cuadro que hay junto al archivador. Luego, del ficus. Después, de la lámpara que hay sobre el escritorio… Pero todo ello igual de inútil. Las imágenes eran nítidas, pero carecían de zoom. Era como divisar algo con los ojos desnudos, lo cual me pareció verdaderamente extraño tratándose de unos prismáticos. Así que, por último, ya muy cansado y mareado de mirar a todas partes, bajé la cabeza hasta que el maldito chisme entró en contacto con la madera de la mesa y... entonces me di cuenta de que a través de ella podía ver mis pies… ¿Te puedes imaginar el susto que me llevé en aquel momento?

Jacobo –Hombre, no era para menos.

Casimiro –Mi mujer irrumpió de súbito en el despacho para gritarme que ya estaba la cena en la mesa, ¡y casi sufro de un accidente cardiovascular! Un buen rato me costó lograr reponerme de aquello.

Jacobo –Ajá… Oye, creo que voy a servirme otra copa más de wiski, si no te importa.

Casimiro –No, claro. Adelante. Yo te acompañaré también con la tercera.