viernes, 19 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 2–




Casimiro –¡Ssht! Calla, que vuelven otra vez.

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Dídac –¿Sabes qué? En lo que tú terminas de colocar toda la compra, yo voy a la tienda a por las nueces. Así, de paso, miro a ver si ha llegado ya el paquete con mis herramientas.

Amira –Vale. ¡Pero no te entretengas demasiado, eh!

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Casimiro –Bueno, Jacobo, vamos a la sala de estar y te sigo contando, hasta que esto se ponga de nuevo interesante.

Jacobo –Así que ésta era la razón por la cual te cogiste el año sabático. Puedo entender que, hasta cierto punto, te resulte entretenido presenciar el día a día de una pareja. Pero pasarse cuatro meses y medio espiando tras las paredes, a jornada completa, me parece todo un récord… Por cierto, y tu mujer y tus hijas, ¿qué opinan al respecto? Porque imagino que con todas las horas que le echas al tema, algo tienen que saber.

Casimiro –Sí, ellas están al corriente de todo. Es el gran secreto de la familia, que ahora también tú conoces. Je, je, de hecho, siempre nos peleamos por los prismáticos X cuando coincidimos todos en casa. Y mi esposa a menudo recurre a diferentes artimañas para mantenerme alejado de ellos por un rato, aunque obviamente nunca le dan resultado.

Jacobo –Mujeres… Ahora todas tienen la falsa creencia de que pueden dignarse a competir en un duelo intelectual contra un hombre.

Casimiro –Lo peor es que están plenamente convencidas de que van a ganarlo. Mira, es ponerse a hablar de féminas y ahí llegan mis hijas del colegio. Un poco temprano, por cierto.

Remedios –¡Hola, papi!

Dolores –Hola, papá. Hola, señor Prieto.

Jacobo –Buenas tardes, señoritas.

Casimiro –¿Qué tal están mis “rafflesias”? ¿Os ha ido bien hoy con la nueva profesora?

Remedios –No. Ha intentado humillarnos llevándonos la contraria delante de toda la clase. Es odiosa.

Dolores –Y una perfecta estúpida, como todas las demás.

Casimiro –Atreverse a contradeciros a vosotras… Seguro que no tenía ni la más remota idea de lo que hablaba. ¿Y cuál era la cuestión debatida? Si se puede saber.

Remedios –Pues yo me puse a leer mi redacción sobre animales marinos y, cuando llegué a la parte en la que describía su respiración, ella me cortó para decir que los peces no cogen el aire por la nariz. [Flashback]

Casimiro –¿Has oído eso, Jacobo? ¡Que los peces no respiran por sus fosas nasales! No sé qué va a ser de las nuevas generaciones con profesores tan mediocres. A este paso, en cincuenta años como máximo preveo el fin de nuestra especie. Bueno, vosotras no os preocupéis, que mañana mismo envío a vuestra madre a cantarle las cuarenta a esa “maestrucha”. Y ahora subid a vuestro cuarto a hacer los deberes hasta que llegue la hora de comer.

Dolores –¿Y luego podremos “ver la tele” un rato? Hoy casi no nos han puesto ejercicios para hacer en casa.

Casimiro –Ya veremos.

Jacobo –Debo decir, Casimiro, que este whisky escocés está de vicio. Tuvo que salirte por un ojo de la cara.

Casimiro –Sí. Cierto. Ya sabes que aquí tenemos por norma adquirir solamente productos de la mejor calidad. Una vez, a una de mis antiguas asistentas se le ocurrió comprar unos cereales de marca de distribuidor. La muy pérfida, para colmo, se había apresurado en sacar la bolsa de su caja para dejarla en la despensa al desnudo. Y si no fuese porque después de la segunda cucharada tuve que arrojar un pañuelo a la papelera, y vi allí el cartón asomando bajo varias cáscaras de mandarina... Pobre organismo mío.

Jacobo –Es difícil imaginar tanto sufrimiento.  

Casimiro –Pero prefiero omitir la avalancha de detalles en torno a ese caso que se me vienen ahora mismo a la cabeza; que tampoco es plan ahora ponerse a despertar indignaciones en la psique ajena. Así que, tal y como te iba diciendo antes, los vecinos de al lado tienen una tremenda fama de…

Jacobo –Casimiro, a la una en punto he quedado con una nueva amiga. Tú ya sabes a lo que me refiero. Así que agradecería que fueras al núcleo del grano. Supongo que me has citado con tanta urgencia por algo más que para relatarme las vidas de un par de individuos. ¿No es así?

Casimiro –Bien. Está bien. Pasemos entonces directamente al tema de los negocios. La cuestión es que, después de darle muchas vueltas, he acabado convenciéndome a mí mismo para tratar de obtener un rendimiento económico del invento.

Jacobo –Creo que ya sé por dónde vas... Ahora vas a mencionarme a mi ex mujer, ¿o me equivoco?

Casimiro –Bueno, ella trabaja como agente de patentes, tiene muchos contactos, y sé que tú eres la única persona en la que puedo depositar absoluta confianza. Por eso pensé que debía compartir esto contigo, e invitarte a formar parte de lo que ambos tenemos en mente.

Jacobo –Ya. No sé... Me encantaría de verdad decir que puedes contar conmigo para lo que sea. Pero, como podrás imaginar, la relación que tengo con Fátima no es precisamente buena después de lo que ocurrió. Si no fuera porque tenemos un hijo en común, ni siquiera me dirigiría la palabra.

Casimiro –En todo caso, no obstante, aún hay muchas cosas que me gustaría hacerte saber porque esto que has visto hoy es solo la punta de un gran iceberg.

Jacobo –Me tienes realmente intrigado, amigo. ¿Por qué no empiezas por contarme cómo te hiciste con este curioso aparato?

Casimiro –Oh, pues casualmente me lo encontré tirado en medio de la calle, justo enfrente de casa, cuando regresaba de una reunión del club de lectura. Supongo que se le debió de caer a alguien. Esa no es una historia demasiado emocionante.

Jacobo –¿Y supiste de inmediato lo que era?

Casimiro –No. Por su forma deduje que se trataba de unos simples prismáticos con un diseño un tanto estrambótico. Aun así me sentí cautivado por el objeto, como si estuviera dotado de cierto magnetismo, y decidí llevármelo a casa y probarlo esa misma noche. En primer lugar, me asomé a la ventana de mi despacho y traté de enfocar varios objetos que se encontraban a una distancia considerable con el fin de comprobar su efectividad. Debo decir que entonces me sentí muy decepcionado con el hallazgo, pero no me rendí y seguí probando con algunos objetivos más cercanos. Cada vez más cercanos. En un momento dado, me di la vuelta, me senté en mi sillón de piel auténtica e intenté conseguir una visión ampliada del cuadro que hay junto al archivador. Luego, del ficus. Después, de la lámpara que hay sobre el escritorio… Pero todo ello igual de inútil. Las imágenes eran nítidas, pero carecían de zoom. Era como divisar algo con los ojos desnudos, lo cual me pareció verdaderamente extraño tratándose de unos prismáticos. Así que, por último, ya muy cansado y mareado de mirar a todas partes, bajé la cabeza hasta que el maldito chisme entró en contacto con la madera de la mesa y... entonces me di cuenta de que a través de ella podía ver mis pies… ¿Te puedes imaginar el susto que me llevé en aquel momento?

Jacobo –Hombre, no era para menos.

Casimiro –Mi mujer irrumpió de súbito en el despacho para gritarme que ya estaba la cena en la mesa, ¡y casi sufro de un accidente cardiovascular! Un buen rato me costó lograr reponerme de aquello.

Jacobo –Ajá… Oye, creo que voy a servirme otra copa más de wiski, si no te importa.

Casimiro –No, claro. Adelante. Yo te acompañaré también con la tercera.



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