martes, 23 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 3–



Jacobo –Bueno. Entonces, tras hacer el descubrimiento, se te ocurrió que sería buena idea contemplar lo que se estaba cociendo al otro lado de tu casa.

Casimiro –No exactamente. Hombre, después de ver el potencial del instrumento que tenía entre mis manos, mi curiosidad se disparó de un modo extraordinario. Eso es cierto. Sin embargo, en un principio solo estaba interesado en comprobar todo lo que aquella preciosidad era capaz de hacer como mero artefacto tecnológico y, por ese motivo, agarré toda mi gran sed de ciencia, me dirigí raudo y veloz hacia el cuarto de baño y me dispuse a atravesar por completo la gruesa pared que separa los dos servicios. Allí fue donde me llevé la segunda sorpresa.

Jacobo –Tu bellísima vecina en la ducha... Frotándose los senos con la esponja… y el resto de zonas de su perfecto y delicado cuerpo… 

Casimiro –Sí. Pero lo realmente chocante de la situación es que de inmediato comenzase a gritar. 

Jacobo –¿A gritar?

Casimiro –Como una descosida, y mirando justo hacia donde yo me encontraba. Me sobresalté tanto con el repentino escándalo que mi primera reacción fue liarme a toser para disimular, mientras me apresuraba a activar la depiladora eléctrica de mi mujer y todos los cepillos de dientes a pilas.

Dolores –¡Papá, ya hemos terminado los deberes y tenemos hambre! ¿Cuándo va a venir la criada a hacernos la comida?

Casimiro –Princesas, solo son las doce y media. Id a picar algo a la cocina, mientras tanto.

Remedios –Hala, si es el móvil que yo quiero. ¿Me deja echarle un vistazo, señor Prieto?

Jacobo –Bueno, a no ser que cuentes con poderes telequinéticos, no te privaré de dirigir hacia él la mirada, je, je.

Remedios –Guay. ¿Qué botón hay que pulsar para que aparezcan hologramas? ¿Éste? ¿O es uno de estos cinco? No va, ¿por qué? ¿Cómo funciona?

Jacobo –No, nena, no me has entendido. Déjame que te…

Remedios –Anda, también tiene un puntero láser. ¡Qué pasada de teléfono!

Jacobo –Es una aplicación que me descargué que imita la espada de Darth Vader, pero es mejor no…

Remedios –Yium, yium, yium. ¡Vamos, Luke! ¡Sal de donde estés escondido y pelea como un hombre! Yium, yium…

Casimiro –Cariño, para jugar tienes el láser que te compré el verano pasado, que casi ni lo has usado. Va, devuélvele ya el móvil a Jacobo, que como se lo rompas va a tener que gastarse un dineral para comprarse otro.

Dolores –Hey, Reme, ya tengo el tigre en el estómago. 

Remedios –¿Sí? Perfecto. Pues nada, nosotras nos marchamos… ¡Hasta luego!

Jacobo –Se han ido ya, ¿verdad?

Casimiro –Oh, puedes estar seguro de ello. Cuando tienen hambre son capaces de ignorar el resto entero del universo hasta saciarse.

Jacobo –¿Sabes? No me puedo creer que dentro de poco tenga que irme, con lo interesante que se está poniendo esto. Continúa contándome. ¿Qué paso al final con tu vecina?

Casimiro –Que qué pasó con la vecina… Pues resulta que en cuestión de segundos apareció su marido preguntando, lógicamente, qué es lo que estaba ocurriendo. Y ella contestó… que había visto unos ojos. Unos ojos que la miraban fijamente. Todo esto solo lo escuché, claro.

Jacobo –Entonces ella pudo verte. O al menos a una parte de ti. Pero, de ser eso cierto, se me abren muchos más interrogantes.

Casimiro –Para empezar, te diré, que menos mal que terminaron pensando que se trataba de una alucinación o algo por el estilo, porque de lo contrario no hubiera sabido qué hacer en ese momento. Y supongo que me habría tocado emigrar a algún país indeseable donde el cumplimiento de las leyes y la seguridad personal brillasen por su ausencia. Imagina el calvario que podría haber supuesto semejante situación.

Jacobo –Casimiro, me vas a perdonar pero hay algo en todo esto que no me cuadra. Si me estás diciendo que aquel día la chica pudo ver que la mirabas, ¿cómo es que hace un rato ninguno de los dos vecinos se percató de que les estábamos observando, si los teníamos prácticamente enfrente de nosotros?

Casimiro –Je, je, je. Bueno, verás, a pesar del incidente, gracias a mi audacia y a mi poderoso intelecto con el tiempo averigüé que el artefacto no siempre se comportaba de la misma manera. ¿Te has fijado en las marcas de rotulador rojo que hay por toda la parte oeste de la casa? Pues su función es indicar lo que nosotros denominamos las “zonas de observación”. Ten por seguro que si te colocas tras uno de esos círculos, nadie más va a saber que estás ahí; a no ser que hagas algún ruido, claro.

Jacobo –Increíble, amigo. Empezaba a pensar que tu gusto por la decoración se había atrofiado.

Casimiro –Mira, yo no soy científico, ya que en su día decidí optar por una carrera de letras, pero parece ser que di con una especie de combinación perfecta entre los materiales interpuestos y la posición del instrumento para poder observar sin ser visto. A base de realizar diversas pruebas con suma cautela en las que mi señora y mis hijas participaron desde el otro lado, siempre con alguna excusa para colarse en ciertas partes de la casa, conseguí ir trazando el mapa con las zonas más seguras.

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Dolores –Bien, hemos conseguido birlar los prismáticos en todas las narices de papá y de su amigo gordo y no se han dado ni cuenta.

Remedios –"Hemos" no. En verdad he hecho yo todo el trabajo. Así que me corresponde jugar con ellos primero.

Dolores –¡Qué dices! ¿Cómo que has hecho tú todo el trabajo? Lo más difícil era distraerles y por eso yo debería tener prioridad. Dame eso y lárgate a zampar bollos, ¡fea!

Remedios –¿Te has mirado bien en el espejo? Te recuerdo que somos gemelas, pedazo de imbécil. Eres exactamente igual de fea que yo.

Dolores –Venga, suéltalos de una vez, ¡que los vas a romper!

Remedios –¡Aaah, no me muerdas!

Dolores –Mierda, la puerta... ¡Disimula, joder! Que viene alguien.

Azucena –¡Dolores y Remedios! ¿Ya os estabais peleando otra vez?

Remedios –¿Eh? Qué va, mamá, si no hacíamos nada.

Dolores –Solo practicábamos con un juego nuevo.

Azucena –¡Os he dicho millones de veces que no me mintáis! He escuchado lo que hablabais. Así que ya me estáis dando el aparato inmediatamente y echando a correr hacia vuestro cuarto, ¡si no queréis que os incruste en el culo la zapatilla!

Casimiro –Querida, ¿va todo bien?

Azucena –He pillado a las niñas comentando que no habían hecho los deberes, pero ya las he mandado a arriba a terminarlos. Y qué, ¿al final Jacobo ha venido a verte o no?

Casimiro –Está en la sala de estar. ¿Quieres venir a saludarle y, de paso, te unes a la reunión? Ya le he explicado el porqué de los círculos rojos y estaba a punto de contarle lo de aquella extraña visión que tuve el otro día.

Azucena –No puedo ir con vosotros. Tengo un montón de cosas que hacer. Hale, ve tú y ya me contarás luego lo que dice.

Casimiro –Le saludaré de tu parte, entonces.

Azucena –Bueno, pues por fin me dejan a solas para disfrutar un poco del culebrón. Vamos a ver de qué va hoy la cosa.

Amira –Ya que hoy me han dado el día libre en el restaurante y hace un día espléndido, he pensado que después de comer podríamos ir a dar una vuelta por la playa. Todavía hay muchos rincones de la isla que no te he enseñado. ¿Qué te parece?

Dídac –Por mí, perfecto. Tengo que terminar todavía algunas cosas, pero puedo dejarlas para más tarde o bien para mañana. ¡Ah! Y antes de que se me olvide: Tobías, el de la ferretería, me ha preguntado si había alguna posibilidad de conseguir reserva en El Infinito para cenar allí este sábado.

Amira –Ya estamos con los favores… Desde que empecé a trabajar para Peter Pullman todo el mundo pretende que le cuele. El jueves pasado, sin ir más lejos, tuve que agacharme tras un carrito de bebé para despistar a la señora que vive frente a la tienda de delicatessen, que siempre que me ve desde su jardín, milagrosamente, arranca a correr con el bastón para pedirme una mesa. ¿Es que no pueden llamar por teléfono con suficiente antelación y limitarse a tener paciencia? Pero bueno, esta vez haré una excepción y voy a considerarlo porque él siempre se ha portado muy bien contigo. ¿Sabes para cuántas personas sería la reserva?

Dídac –Quiere darle una sorpresa a su mujer por su aniversario. Así que supongo que irían ellos dos solos.

Amira –Uhm, si son solo dos, miraré a ver qué puedo hacer. Aunque para el sábado, precisamente… está difícil.

Dídac –Por cierto, cariño, tengo que decir que me tienes verdaderamente impresionado por lo de tus habilidades ninja. Llego a verte en ese momento en cuclillas, escondiéndote en medio de la calle de una octogenaria lisiada, y me descojono un poco.

Amira –Mira, no es por exagerar, pero yo creo que esa mujer en su juventud debió de ser campeona olímpica en alguna modalidad de atletismo. Estoy totalmente convencida, vamos.

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 Azucena –Ya viene éste otra vez para acá. A ver qué coño quiere ahora... Pues si está buscado los prismáticos, va listo. Detrás de esta maceta no podrá verlos.





viernes, 19 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 2–




Casimiro –¡Ssht! Calla, que vuelven otra vez.

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Dídac –¿Sabes qué? En lo que tú terminas de colocar toda la compra, yo voy a la tienda a por las nueces. Así, de paso, miro a ver si ha llegado ya el paquete con mis herramientas.

Amira –Vale. ¡Pero no te entretengas demasiado, eh!

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Casimiro –Bueno, Jacobo, vamos a la sala de estar y te sigo contando, hasta que esto se ponga de nuevo interesante.

Jacobo –Así que ésta era la razón por la cual te cogiste el año sabático. Puedo entender que, hasta cierto punto, te resulte entretenido presenciar el día a día de una pareja. Pero pasarse cuatro meses y medio espiando tras las paredes, a jornada completa, me parece todo un récord… Por cierto, y tu mujer y tus hijas, ¿qué opinan al respecto? Porque imagino que con todas las horas que le echas al tema, algo tienen que saber.

Casimiro –Sí, ellas están al corriente de todo. Es el gran secreto de la familia, que ahora también tú conoces. Je, je, de hecho, siempre nos peleamos por los prismáticos X cuando coincidimos todos en casa. Y mi esposa a menudo recurre a diferentes artimañas para mantenerme alejado de ellos por un rato, aunque obviamente nunca le dan resultado.

Jacobo –Mujeres… Ahora todas tienen la falsa creencia de que pueden dignarse a competir en un duelo intelectual contra un hombre.

Casimiro –Lo peor es que están plenamente convencidas de que van a ganarlo. Mira, es ponerse a hablar de féminas y ahí llegan mis hijas del colegio. Un poco temprano, por cierto.

Remedios –¡Hola, papi!

Dolores –Hola, papá. Hola, señor Prieto.

Jacobo –Buenas tardes, señoritas.

Casimiro –¿Qué tal están mis “rafflesias”? ¿Os ha ido bien hoy con la nueva profesora?

Remedios –No. Ha intentado humillarnos llevándonos la contraria delante de toda la clase. Es odiosa.

Dolores –Y una perfecta estúpida, como todas las demás.

Casimiro –Atreverse a contradeciros a vosotras… Seguro que no tenía ni la más remota idea de lo que hablaba. ¿Y cuál era la cuestión debatida? Si se puede saber.

Remedios –Pues yo me puse a leer mi redacción sobre animales marinos y, cuando llegué a la parte en la que describía su respiración, ella me cortó para decir que los peces no cogen el aire por la nariz. [Flashback]

Casimiro –¿Has oído eso, Jacobo? ¡Que los peces no respiran por sus fosas nasales! No sé qué va a ser de las nuevas generaciones con profesores tan mediocres. A este paso, en cincuenta años como máximo preveo el fin de nuestra especie. Bueno, vosotras no os preocupéis, que mañana mismo envío a vuestra madre a cantarle las cuarenta a esa “maestrucha”. Y ahora subid a vuestro cuarto a hacer los deberes hasta que llegue la hora de comer.

Dolores –¿Y luego podremos “ver la tele” un rato? Hoy casi no nos han puesto ejercicios para hacer en casa.

Casimiro –Ya veremos.

Jacobo –Debo decir, Casimiro, que este whisky escocés está de vicio. Tuvo que salirte por un ojo de la cara.

Casimiro –Sí. Cierto. Ya sabes que aquí tenemos por norma adquirir solamente productos de la mejor calidad. Una vez, a una de mis antiguas asistentas se le ocurrió comprar unos cereales de marca de distribuidor. La muy pérfida, para colmo, se había apresurado en sacar la bolsa de su caja para dejarla en la despensa al desnudo. Y si no fuese porque después de la segunda cucharada tuve que arrojar un pañuelo a la papelera, y vi allí el cartón asomando bajo varias cáscaras de mandarina... Pobre organismo mío.

Jacobo –Es difícil imaginar tanto sufrimiento.  

Casimiro –Pero prefiero omitir la avalancha de detalles en torno a ese caso que se me vienen ahora mismo a la cabeza; que tampoco es plan ahora ponerse a despertar indignaciones en la psique ajena. Así que, tal y como te iba diciendo antes, los vecinos de al lado tienen una tremenda fama de…

Jacobo –Casimiro, a la una en punto he quedado con una nueva amiga. Tú ya sabes a lo que me refiero. Así que agradecería que fueras al núcleo del grano. Supongo que me has citado con tanta urgencia por algo más que para relatarme las vidas de un par de individuos. ¿No es así?

Casimiro –Bien. Está bien. Pasemos entonces directamente al tema de los negocios. La cuestión es que, después de darle muchas vueltas, he acabado convenciéndome a mí mismo para tratar de obtener un rendimiento económico del invento.

Jacobo –Creo que ya sé por dónde vas... Ahora vas a mencionarme a mi ex mujer, ¿o me equivoco?

Casimiro –Bueno, ella trabaja como agente de patentes, tiene muchos contactos, y sé que tú eres la única persona en la que puedo depositar absoluta confianza. Por eso pensé que debía compartir esto contigo, e invitarte a formar parte de lo que ambos tenemos en mente.

Jacobo –Ya. No sé... Me encantaría de verdad decir que puedes contar conmigo para lo que sea. Pero, como podrás imaginar, la relación que tengo con Fátima no es precisamente buena después de lo que ocurrió. Si no fuera porque tenemos un hijo en común, ni siquiera me dirigiría la palabra.

Casimiro –En todo caso, no obstante, aún hay muchas cosas que me gustaría hacerte saber porque esto que has visto hoy es solo la punta de un gran iceberg.

Jacobo –Me tienes realmente intrigado, amigo. ¿Por qué no empiezas por contarme cómo te hiciste con este curioso aparato?

Casimiro –Oh, pues casualmente me lo encontré tirado en medio de la calle, justo enfrente de casa, cuando regresaba de una reunión del club de lectura. Supongo que se le debió de caer a alguien. Esa no es una historia demasiado emocionante.

Jacobo –¿Y supiste de inmediato lo que era?

Casimiro –No. Por su forma deduje que se trataba de unos simples prismáticos con un diseño un tanto estrambótico. Aun así me sentí cautivado por el objeto, como si estuviera dotado de cierto magnetismo, y decidí llevármelo a casa y probarlo esa misma noche. En primer lugar, me asomé a la ventana de mi despacho y traté de enfocar varios objetos que se encontraban a una distancia considerable con el fin de comprobar su efectividad. Debo decir que entonces me sentí muy decepcionado con el hallazgo, pero no me rendí y seguí probando con algunos objetivos más cercanos. Cada vez más cercanos. En un momento dado, me di la vuelta, me senté en mi sillón de piel auténtica e intenté conseguir una visión ampliada del cuadro que hay junto al archivador. Luego, del ficus. Después, de la lámpara que hay sobre el escritorio… Pero todo ello igual de inútil. Las imágenes eran nítidas, pero carecían de zoom. Era como divisar algo con los ojos desnudos, lo cual me pareció verdaderamente extraño tratándose de unos prismáticos. Así que, por último, ya muy cansado y mareado de mirar a todas partes, bajé la cabeza hasta que el maldito chisme entró en contacto con la madera de la mesa y... entonces me di cuenta de que a través de ella podía ver mis pies… ¿Te puedes imaginar el susto que me llevé en aquel momento?

Jacobo –Hombre, no era para menos.

Casimiro –Mi mujer irrumpió de súbito en el despacho para gritarme que ya estaba la cena en la mesa, ¡y casi sufro de un accidente cardiovascular! Un buen rato me costó lograr reponerme de aquello.

Jacobo –Ajá… Oye, creo que voy a servirme otra copa más de wiski, si no te importa.

Casimiro –No, claro. Adelante. Yo te acompañaré también con la tercera.



viernes, 12 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 1–





Dídac, un decidido y enérgico joven de 26 años, se gana la vida patentando algunos inventos de poca importancia que diseña y desarrolla en el garaje de su casa; mientras que su mujer, Amira, lidera un equipo de cocineros en uno de los más prestigiosos restaurantes del país y está planteándose la posibilidad de abrir su propio negocio. Ambos dedican mucho tiempo y esfuerzo a sus profesiones, aunque por ahora ninguno de los dos está lo bastante satisfecho con sus logros.

Ella, recientemente, resultó ganadora de un concurso de telerrealidad en el que cada semana chefs de gran talento debían enfrentarse a diversos retos culinarios. No obstante, a pesar de hacerse con el título que otorgaba el programa y de llevarse un cheque por valor de 120.000 euros, durante la competición las cosas no salieron tal y como ella esperaba. Un imprevisto y relativamente desafortunado acontecimiento en la final hizo que le quedase un extraño regusto amargo tras alcanzar la victoria y, por más que trata de ignorar o de disimularlo, tal recuerdo se adhiere de forma férrea, negándose a abandonar su perfeccionista mente.

Él, por otro lado, está tan lejos aún de la meta que se había marcado doce años atrás, cuando empezó a dedicarse de lleno a sus inventos, que la blanca línea inmaculada trazada con polvo de cal aún no le resulta visible ni a través del telescopio de Magallanes, ya que cada vez esa línea parece alejarse más y más y su mayor temor es que ésta se acabe perdiendo en el infinito, entre asteroides y nebulosas. Pero aunque el término frustración se queda cortísimo para describir lo que siente, de ningún modo piensa en tirar la toalla. En el fondo tiene el presentimiento de que tarde o temprano será el creador de algo grande... Y no se equivoca. 

Aparte del compartido gusto de la pareja por la buena gastronomía, motivo que les llevó a conocerse de una forma un tanto curiosa, algo que les caracteriza es su peculiar obsesión por coleccionar toda clase de bebidas. Tanto la enorme y moderna nevera que preside en su inmensa cocina como las bodegas que ocupan prácticamente todo el sótano de la casa se mantienen siempre repletas de excelentes vinos nacionales y de licores extraídos de cada rincón del planeta, además de guardar también refrescos, cervezas, bebidas isotónicas y todo tipo de elixires. Parece que no hay sabor que logre escapar a las papilas gustativas de estas dos personas…

Casimiro –…Pero no se trata de la única ni de la más destacada rareza, pues si por algo se les conoce en el barrio es, precisamente, por sus numerosas extravagancias. Otra prueba de ello es la particular costumbre que tienen a la hora de intimar; aunque ésta es una cuestión que pasaré a describir más adelante ya que en estos momentos están acercándose mucho a una de las zonas de observación y no queremos ser descubiertos. Así que, por ahora, nos limitaremos a contemplar y a escuchar su conversación en silencio.

Dídac –Sabes de sobra, cariño, que no me importa que tu madre venga a comer con nosotros todos los miércoles. Es solo que me siento un poco incómodo al averiguar los detalles de su actividad intestinal mientras saboreo tu exquisita langosta sobre un lecho de vieiras. Te juro que no quería que sonase de esa manera, de verdad, pero podrías hacer un esfuerzo por entenderlo.

Amira –Pues claro que lo comprendo, y ojalá pudieras disfrutar de una suprema comodidad como la que proporcionan los preciosos, delicados y discretos tangas, talla XXS, que recibo año tras año de tu familia por Navidad. Incluso de la misma comodidad que siento en el momento de desenvolver el regalo, y cuando tu padre por fin me pregunta que cómo me quedan…

Dídac –¿Qué estás insinuando con eso? ¡Por Dios, él no lo dice con ninguna intención rara! ¿No te has planteado que tal vez eres un poquito malpensada, por no decir otra cosa? Recordemos, por ejemplo, aquella vez que creíste ver unos ojos a través de la pared del cuarto de baño, y a los tres segundos llegué y allí no había nada. Lo único que se percibía era una especie de sonido mecánico y algo de tos al otro lado.

Amira –La verdad es que ese día me tocó trabajar como nunca y estaba realmente muy cansada, pero ¡no nos desviemos del tema! O sí... Mira, mejor vamos a dejarlo ya.

Dídac –Mañana nos acordaremos de todas estas tonterías y nos reiremos.

Amira
 –Mañana... más te vale ingeniártelas para inventar algún aparato que sea capaz de borrarme la memoria.

Dídac
 –Ah, hablando de memoria, hace días que quería preguntarte: ¿cuál era el nombre de esa especia que utilizas tan a menudo en tus platos?

Amira
 –Azafrán.

Dídac –Eso, azafrán. Me encanta incluso la sonoridad de la palabra. Si hubiese nacido unos cuantos siglos atrás, yo la hubiera usado sin duda como grito de guerra.

Amira –¿Quieres saber algo curioso sobre las especias en relación con la antigüedad? Desde hace algunos milenios han sido utilizadas por el hombre, y la mujer, con diversas finalidades como: transformar el sabor de los alimentos, ayudar en la conservación de los mismos, para la elaboración perfumes, como elemento para realizar rituales religiosos, y también se han estado usando desde entonces con fines medicinales o afrodisíacos. Su importancia por aquella época ya era tal que muchas culturas trataban de mantener el secreto de su cultivo mediante la difusión de historias fantásticas, llenas de dragones alados y otros seres igual de imponentes e irreales. La intención era que la gente no osara acercarse a las plantas, custodiadas por grandes bestias, además de crear confusión respecto a su origen.

Dídac
 –No sé cómo podían creerse semejantes cuentos. Suena muy descabellado.

Amira –Bueno, piensa que aquellas personas no disponían de fuentes de información como las que nos rodean hoy en día y que la educación que, con suerte, recibían era altamente limitada. Eso hacía que fueran muy susceptibles de creer todo lo que se comentaba en las aldeas. Oye, ¿qué te parece si, para comer, preparo solomillo en costra de queso y nueces?

Dídac –Tienes un mágico tino con lo me apetece en cada momento.

Amira –Oh, no… NO… ¡Mierda! Las nueces no vienen en ninguna bolsa. ¿Cómo puede ser? Mi método para guardar la comida, agrupada según sus propiedades nutricionales predominantes, hasta ahora me había resultado totalmente infalible… Por casualidad, ¿no has notado que perdías algo de peso por el camino?

Dídac –Puede que simplemente haya sido un fallo de la cajera. Recuerda que hoy te ha ayudado a meter la compra en las bolsas para agilizar el proceso.

Amira –Ese es otro de los motivos por los que no me gusta que me ayuden a guardar las cosas.

Dídac –Y van siete ya.

Amira –¿A qué viene ese tonito? ¿Acaso no tengo razón? No se rigen por ningún tipo de criterio a la hora de organizar el contenido de las bolsas, mezclando carne picada con desinfectante para el baño; cargan mucho peso en unas, mientras que en otras solo meten el papel higiénico, la barra de pan y un paquete de chicles; sepultan los huevos y la fruta bajo el detergente para la lavadora…

Dídac –Eres demasiado exigente con todo, y lo sabes. El mundo necesita del caos para seguir funcionando.

Amira –No, por Dios. Ya me veo venir otra vez las teorías acerca del universo y todo el rollo de los viajes en el tiempo... ¿Sabes? De postre hoy solo vas a tener peras caramelizadas aunque las odies a muerte, ya que al menos para eso sí tengo todos los ingredientes. La próxima vez, antes de abrir la boca, recordarás mi terrible venganza.

Jacobo –Yo sí que me comía tus peras caramelizadas…

Amira –Dídac, ¿has oído algo?

Dídac –Pues me ha parecido escuchar una expresión, pronunciada de manera no muy inteligible y que sonaba con un tono un bastante obsceno. Pero seguramente será el televisor de los vecinos.

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Casimiro –¡Cuernos! Te dije que te mantuvieras en silencio mientras usábamos este artefacto. Ya has comprobado que tiene la propiedad de conducir el sonido a través de las estructuras.

Jacobo –Pensé que exagerabas con tus advertencias…

Casimiro –¡Ssht! Calla, que vuelven otra vez.