viernes, 12 de abril de 2013

La combinación perfecta –Parte 1–





Dídac, un decidido y enérgico joven de 26 años, se gana la vida patentando algunos inventos de poca importancia que diseña y desarrolla en el garaje de su casa; mientras que su mujer, Amira, lidera un equipo de cocineros en uno de los más prestigiosos restaurantes del país y está planteándose la posibilidad de abrir su propio negocio. Ambos dedican mucho tiempo y esfuerzo a sus profesiones, aunque por ahora ninguno de los dos está lo bastante satisfecho con sus logros.

Ella, recientemente, resultó ganadora de un concurso de telerrealidad en el que cada semana chefs de gran talento debían enfrentarse a diversos retos culinarios. No obstante, a pesar de hacerse con el título que otorgaba el programa y de llevarse un cheque por valor de 120.000 euros, durante la competición las cosas no salieron tal y como ella esperaba. Un imprevisto y relativamente desafortunado acontecimiento en la final hizo que le quedase un extraño regusto amargo tras alcanzar la victoria y, por más que trata de ignorar o de disimularlo, tal recuerdo se adhiere de forma férrea, negándose a abandonar su perfeccionista mente.

Él, por otro lado, está tan lejos aún de la meta que se había marcado doce años atrás, cuando empezó a dedicarse de lleno a sus inventos, que la blanca línea inmaculada trazada con polvo de cal aún no le resulta visible ni a través del telescopio de Magallanes, ya que cada vez esa línea parece alejarse más y más y su mayor temor es que ésta se acabe perdiendo en el infinito, entre asteroides y nebulosas. Pero aunque el término frustración se queda cortísimo para describir lo que siente, de ningún modo piensa en tirar la toalla. En el fondo tiene el presentimiento de que tarde o temprano será el creador de algo grande... Y no se equivoca. 

Aparte del compartido gusto de la pareja por la buena gastronomía, motivo que les llevó a conocerse de una forma un tanto curiosa, algo que les caracteriza es su peculiar obsesión por coleccionar toda clase de bebidas. Tanto la enorme y moderna nevera que preside en su inmensa cocina como las bodegas que ocupan prácticamente todo el sótano de la casa se mantienen siempre repletas de excelentes vinos nacionales y de licores extraídos de cada rincón del planeta, además de guardar también refrescos, cervezas, bebidas isotónicas y todo tipo de elixires. Parece que no hay sabor que logre escapar a las papilas gustativas de estas dos personas…

Casimiro –…Pero no se trata de la única ni de la más destacada rareza, pues si por algo se les conoce en el barrio es, precisamente, por sus numerosas extravagancias. Otra prueba de ello es la particular costumbre que tienen a la hora de intimar; aunque ésta es una cuestión que pasaré a describir más adelante ya que en estos momentos están acercándose mucho a una de las zonas de observación y no queremos ser descubiertos. Así que, por ahora, nos limitaremos a contemplar y a escuchar su conversación en silencio.

Dídac –Sabes de sobra, cariño, que no me importa que tu madre venga a comer con nosotros todos los miércoles. Es solo que me siento un poco incómodo al averiguar los detalles de su actividad intestinal mientras saboreo tu exquisita langosta sobre un lecho de vieiras. Te juro que no quería que sonase de esa manera, de verdad, pero podrías hacer un esfuerzo por entenderlo.

Amira –Pues claro que lo comprendo, y ojalá pudieras disfrutar de una suprema comodidad como la que proporcionan los preciosos, delicados y discretos tangas, talla XXS, que recibo año tras año de tu familia por Navidad. Incluso de la misma comodidad que siento en el momento de desenvolver el regalo, y cuando tu padre por fin me pregunta que cómo me quedan…

Dídac –¿Qué estás insinuando con eso? ¡Por Dios, él no lo dice con ninguna intención rara! ¿No te has planteado que tal vez eres un poquito malpensada, por no decir otra cosa? Recordemos, por ejemplo, aquella vez que creíste ver unos ojos a través de la pared del cuarto de baño, y a los tres segundos llegué y allí no había nada. Lo único que se percibía era una especie de sonido mecánico y algo de tos al otro lado.

Amira –La verdad es que ese día me tocó trabajar como nunca y estaba realmente muy cansada, pero ¡no nos desviemos del tema! O sí... Mira, mejor vamos a dejarlo ya.

Dídac –Mañana nos acordaremos de todas estas tonterías y nos reiremos.

Amira
 –Mañana... más te vale ingeniártelas para inventar algún aparato que sea capaz de borrarme la memoria.

Dídac
 –Ah, hablando de memoria, hace días que quería preguntarte: ¿cuál era el nombre de esa especia que utilizas tan a menudo en tus platos?

Amira
 –Azafrán.

Dídac –Eso, azafrán. Me encanta incluso la sonoridad de la palabra. Si hubiese nacido unos cuantos siglos atrás, yo la hubiera usado sin duda como grito de guerra.

Amira –¿Quieres saber algo curioso sobre las especias en relación con la antigüedad? Desde hace algunos milenios han sido utilizadas por el hombre, y la mujer, con diversas finalidades como: transformar el sabor de los alimentos, ayudar en la conservación de los mismos, para la elaboración perfumes, como elemento para realizar rituales religiosos, y también se han estado usando desde entonces con fines medicinales o afrodisíacos. Su importancia por aquella época ya era tal que muchas culturas trataban de mantener el secreto de su cultivo mediante la difusión de historias fantásticas, llenas de dragones alados y otros seres igual de imponentes e irreales. La intención era que la gente no osara acercarse a las plantas, custodiadas por grandes bestias, además de crear confusión respecto a su origen.

Dídac
 –No sé cómo podían creerse semejantes cuentos. Suena muy descabellado.

Amira –Bueno, piensa que aquellas personas no disponían de fuentes de información como las que nos rodean hoy en día y que la educación que, con suerte, recibían era altamente limitada. Eso hacía que fueran muy susceptibles de creer todo lo que se comentaba en las aldeas. Oye, ¿qué te parece si, para comer, preparo solomillo en costra de queso y nueces?

Dídac –Tienes un mágico tino con lo me apetece en cada momento.

Amira –Oh, no… NO… ¡Mierda! Las nueces no vienen en ninguna bolsa. ¿Cómo puede ser? Mi método para guardar la comida, agrupada según sus propiedades nutricionales predominantes, hasta ahora me había resultado totalmente infalible… Por casualidad, ¿no has notado que perdías algo de peso por el camino?

Dídac –Puede que simplemente haya sido un fallo de la cajera. Recuerda que hoy te ha ayudado a meter la compra en las bolsas para agilizar el proceso.

Amira –Ese es otro de los motivos por los que no me gusta que me ayuden a guardar las cosas.

Dídac –Y van siete ya.

Amira –¿A qué viene ese tonito? ¿Acaso no tengo razón? No se rigen por ningún tipo de criterio a la hora de organizar el contenido de las bolsas, mezclando carne picada con desinfectante para el baño; cargan mucho peso en unas, mientras que en otras solo meten el papel higiénico, la barra de pan y un paquete de chicles; sepultan los huevos y la fruta bajo el detergente para la lavadora…

Dídac –Eres demasiado exigente con todo, y lo sabes. El mundo necesita del caos para seguir funcionando.

Amira –No, por Dios. Ya me veo venir otra vez las teorías acerca del universo y todo el rollo de los viajes en el tiempo... ¿Sabes? De postre hoy solo vas a tener peras caramelizadas aunque las odies a muerte, ya que al menos para eso sí tengo todos los ingredientes. La próxima vez, antes de abrir la boca, recordarás mi terrible venganza.

Jacobo –Yo sí que me comía tus peras caramelizadas…

Amira –Dídac, ¿has oído algo?

Dídac –Pues me ha parecido escuchar una expresión, pronunciada de manera no muy inteligible y que sonaba con un tono un bastante obsceno. Pero seguramente será el televisor de los vecinos.

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Casimiro –¡Cuernos! Te dije que te mantuvieras en silencio mientras usábamos este artefacto. Ya has comprobado que tiene la propiedad de conducir el sonido a través de las estructuras.

Jacobo –Pensé que exagerabas con tus advertencias…

Casimiro –¡Ssht! Calla, que vuelven otra vez.



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