lunes, 7 de septiembre de 2015

Cagada pública


Un tipo está en un local atestado de personas y, justo antes de irse, le entra de repente un apretón. Como es un poco maniático, utiliza una cantidad astronómica de papel para forrar la taza del wc hasta el último recoveco y se acomoda con cuatro de sus sentidos en alerta.

El acto de liberación no se prolonga demasiado debido a la urgencia, y una vez realizadas las maniobras propias de clausura, casi todo el papel higiénico que retenía a las bacterias en sus fronteras, repentinamente cae dentro del retrete. De modo que ya no es viable un rescate para depositarlo en la papelera. El tipo echa una mirada al rollo ya pelado, esboza una mueca y arranca el minúsculo trozo que queda pegado para tirar con él de la cadena. El wc se va embozando y no sabe qué hacer. Rotación tras rotación se queda aun más confuso de lo que está. Lo intenta, Dios lo sabe, aunque al instante de agacharse esa acción se convierte en simple amago y finalmente se marcha de allí por piernas.

A continuación va a hacer la compra, vuelve a casa, pasa el aspirador, prepara la comida y se la zampa, teclea un rato en su ordenador, mira la tv en el sofá y la apaga antes de irse a dormir. Nada más sonar el despertador, el tipo se levanta, se ducha, desayuna, se cepilla los dientes y sale de casa. Al llegar al mismo lugar público del día anterior se encuentra con un recibimiento inesperado. El dueño del establecimiento, muy animado, le presenta ante los demás clientes con un micrófono y seguidamente alguien se acerca para colgarle una medalla de un reluciente color dorado. Aunque un poco abrumado, el tipo no tarda en cogerle el gusto a toda aquella parafernalia. La gente está tremendamente alborotada. Algunas fans alargan el brazo para que les firme un autógrafo. Otras no resisten tanta emoción y se desmayan.


De pronto, no obstante, sus oídos vuelven a activarse en plena bronca por haber dejado el baño hecho una pocilga, mientras los aplausos se revelan en hostias. Chicas desmayadas a su alrededor, en realidad, sí que había. De hecho, muchas. La alfombra que decoraba su paso era un poco blanca, pero sobre marrón. El reluciente color dorado de la medalla... En fin. Queda clara la moraleja.

martes, 27 de enero de 2015

Tercer pasillo a la derecha


Primera cita


Chico y chica tienen una cita. Se encuentran en un precioso parque, se saludan cortésmente, pasean con tranquilidad, lanzan migas de pan a los patos, etc. hasta la hora de comer. Entonces entran en un glamuroso restaurante donde el chico tenía hecha una reserva. Él, caballeroso, retira la silla para que la chica se siente y ella se lo agradece haciendo gala de sus buenos modales. Cuando aparece el camarero para tomarles nota, el chico pide una ensalada y la chica se decanta por todos los demás platos de la carta, especificando que se los sirvan de una vez porque le gusta ir picando un poco de cada uno. Él le comenta, sorprendido: “vaya, sí que tienes hambre”, mientras echa disimuladamente un vistazo a su billetera por debajo de la mesa. Y ella le contesta que ha desayunado poco.

Intercambian unas palabras sin dejar de sonreírse. Aunque no se puede oír lo que dicen, por los gestos se intuye que el chico le hace varios cumplidos y ella está encantada. Todo parece ir fenomenal. Ambos se gustan. Puede percibirse una fuerte química entre los dos.

Una vez que toda la comida está sobre la mesa, la chica mira a su cita, muy pícara, y con una dulce voz susurra: “preparadooos… listooooooos… ¡YAAAAAA!”, y acto seguido comienza a devorar los manjares a lo bestia. Empieza por un plato de espaguetis, llevándoselos a la boca a una velocidad extrema. Mientras los va sorbiendo, coge cosas a puñados de varios platos como si le faltasen brazos para abarcarlo todo. Luego agarra un par de costillas y se pone a morderlas y a roerlas como una cerda, lanza uno de los huesos hacia atrás, se aplasta otro puñado de canapés de caviar contra la boca, le da unos cuantos mordiscos a un calamar, hunde la cabeza en el plató de vichyssoisse… 

Se mancha toda la cara y su elegante vestido, y también salpica a la gente de otras mesas que hay sentada a su alrededor. Pero una vez que ha terminado de comer, recobra la compostura; vuelve a ser la señorita educada que fue durante el resto de la cita y se limpia la boca con la puntita de la servilleta, dándose unos leves toquecitos sobre los labios.