domingo, 30 de septiembre de 2012

Guía del no superviviente



Digamos que el fantástico yate de cuarenta y dos metros de eslora en el que navegabas se ha ido a pique tras toparse contra un misterioso e inesperado objeto, o ser volcado por una abominable criatura marina que solo pudo ser obra de Satán, y a raíz de semejante accidente tu cuerpo termina siendo arrastrado por las olas, mientras yaces inconsciente, hasta orillas de una isla virgen cuya existencia aún no había sido descubierta por nadie. Que la naturaleza acabe contigo dada tu precaria destreza como superviviente será solo cuestión de días. Pero por si te apetece acelerar el proceso, ahí van unos cuantos prácticos consejos.

Cuando te plantees salir en busca de comida, recuerda una de las cansinas frases que llevas oyendo toda tu vida: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” (esto gana en efectividad si al reproducirlo mentalmente le pones vocecilla de anciana). Deberás, entonces, hallar algo que te sirva como saco. Ten en cuenta que cuanto mayor sea su capacidad y resistencia, mejor; ya que de ese modo te ahorrarás algunos viajes. Pero, ante todo, no olvides recolectar hasta la última pieza de fruta de la isla, por verde que te parezca. Este mismo consejo, sin embargo, no será igual de aplicable para el agua. Para qué vas a estrujarte los sesos en conseguir agua potable con tanta antelación, si cuando la sed apriete ya se agudizará el ingenio. ¿No? Es mejor ser práctico. Así que, tú ponte cómodo en la arena, mientras tanto, y disfruta la fruta.

Probablemente después de comer pasarás varias horas sumido en un profundo estado de relajación, contemplando nubecitas, asistiendo al espectáculo de ligera contorsión de las palmeras y haciendo la digestión de todo lo que te has zampado hasta que el sol diga “hasta mañana”. De las diurnas imágenes proyectadas en la gran pantalla celestial pasarás a observar pequeños puntos brillantes, distribuidos de modo más o menos uniforme. Entonces recordarás que el ser humano fue diseñado de tal manera que es perfectamente capaz de sentir el fresquito ocasional, del verbo ‘ocaso’.

Echa una ojeada a tu bolso/bolsillo. ¿El móvil por el que te clavaron casi quinientos euros –porque tenía una estúpida aplicación más que el anterior modelo, de la que todos tus amigos presumían aún sigue con vida para utilizar su luz como linterna? ¿No? Pues ahora ha llegado el momento de preocuparte mucho y de dejar que el dúo formado por pánico y estrés le tome el relevo a la simple y singular vagancia y haga su contribución a la causa. No solo está el hecho de que tu cuerpo se esté quedando en estado de Yolado al llegar a un hogar, sino que además tu sugestión se pondrá a trabajar a máximo rendimiento debido a la ausencia total de iluminación en el desconocido escenario donde que te encuentras, y eso te llevará a alcanzar la cima de la desesperación en cuestión de segundos. Comenzarás a deambular trotando torpemente por las dunas, con los brazos extendidos, en busca de algún tipo de dispositivo que pueda salvar tu situación, aunque obviamente no vas a tener éxito y al final caerás exhausto por el inútil esfuerzo. Sabiendo de antemano todo esto, trata de concienciarte de dormir toda la noche y parte del día si es necesario del tirón, una vez que te hayas desplomado; ignorando durante el sueño cualquier tipo de roce o de sonido, e incluso de dolor. Después de la tormenta tiene que volver la calma y no hay nada que aporte más paz que roncar hasta que los párpados se te queden pegados.

Y bien. Una vez llegados a este punto, felicidades si no has logrado cumplir tu segundo día como náufrago con los sistemas y aparatos de tu cuerpo en funcionamiento. En caso contrario, eso significa que deberás continuar leyendo atentamente esta guía y llevar a cabo con más rigor sus recomendaciones durante los próximos capítulos. Aunque todavía es pronto. No desesperes. O sí...



domingo, 20 de mayo de 2012

No está en su mano



–¡Eh, tú! ¿A dónde crees que vas? ¡Recoge ahora mismo eso que has tirado!

–Verá, es que no puedo. Yo no...

–¿Cómo que no puedes? Ni siquiera te he visto intentarlo. 

–Pero si no tengo...

–No tienes ganas, claro. Qué cómodo es dejarlo ahí en el suelo hasta que venga y lo recoja otro con más autodisciplina. Vamos, ¿a qué esperas? Voy a tener que hacerlo yo, ¿verdad? Y tú mientras tanto te quedarás ahí, de brazos cruzados. Qué mala es la pereza.

–Señor, como podrá ver, no tengo brazos. Nací sin ellos. Si me fuera posible lo recogería.

–No se puede ir así por la vida, ¿sabes? Con esa actitud tan negativa. Yo no tengo todo el pelo que quisiera, pero no por ello me paso el día quejándome y lo utilizo para escaquearme de cumplir con mis obligaciones. ¿Crees que para el resto de personas no supone ningún esfuerzo? Anoche, encima, cogí una mala postura y he amanecido con un tremendo dolor de espalda. Sería muy cruel por tu parte permitir que yo me agachara, siendo fatal esa acción para mi cuerpo. Pero todo eso a ti qué más te da. Resulta más fácil ser un completo inútil y limitarse a mirar como yo me crujo el lomo por tu culpa. Tú no vas a sentir el dolor, claro que no. A lo mejor incluso lo has hecho a propósito para disfrutar viendo cómo me resiento de mi lumbalgia. ¿Es eso? ¿Te crees aquí más que nadie?

–Yo... Nunca se me ocurriría algo así. Al pasar lo rocé sin querer y se cayó. No era mi intención que usted...

–Entonces, además de vago, manazas. ¡Vaya un cóctel explosivo! Desde luego, muchacho, si hubiera permisos de ser humano así como de conducir, nunca habrías llegado a sacarte el carné. Oh, señor, y ahora se pone a llorar. Ya veo que prefieres montar una escenita con tal de librarte de realizar una tarea tan simple. ¡Mira lo fácil que es! ¿Tanto te costaba volver a ponerlo en la estantería? No creo que por eso se te hubieran caído los anillos. 

–Eh, ¿a dónde iba ese chico con tanta prisa? Me ha parecido ver que estaba llorando.

–Sí, corría hacia su negro futuro. No puede uno amargarse por cualquier tontería. Qué será de él cuando tenga problemas de verdad...



jueves, 8 de marzo de 2012

Once al azar



A la altura de la montaña más mediana sita en el centro de la sierra, podía verse, sin mirar directamente, la mitad de un sol resplandeciente. Era bastante posible que bajo aquellos incipientes rayos que alumbraban la mañana, alguna que otra piedra resbalara por la pendiente llegándose a crear en los bajos de la falda un pequeño disturbio. Por suerte, no solían producirse lesiones importantes entre los implicados, lo cual resultaba un alivio para los más sensibles observadores que no comprendían su ausencia de sistema nervioso.