Digamos que el
fantástico yate de cuarenta y dos metros de eslora en el que navegabas se ha
ido a pique tras toparse contra un misterioso e inesperado objeto, o ser
volcado por una abominable criatura marina que solo pudo ser obra de Satán, y a
raíz de semejante accidente tu cuerpo termina siendo arrastrado por las
olas, mientras yaces inconsciente, hasta orillas de una isla virgen cuya
existencia aún no había sido descubierta por nadie. Que la naturaleza acabe contigo
dada tu precaria destreza como superviviente será solo cuestión de días. Pero
por si te apetece acelerar el proceso, ahí van unos cuantos prácticos consejos.
Cuando te plantees
salir en busca de comida, recuerda una de las cansinas frases que llevas oyendo
toda tu vida: “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” (esto gana en
efectividad si al reproducirlo mentalmente le pones vocecilla de anciana).
Deberás, entonces, hallar algo que te sirva como saco. Ten en cuenta que cuanto
mayor sea su capacidad y resistencia, mejor; ya que de ese modo te ahorrarás
algunos viajes. Pero, ante todo, no olvides recolectar hasta la última pieza de
fruta de la isla, por verde que te parezca. Este mismo consejo, sin embargo, no
será igual de aplicable para el agua. Para qué vas a estrujarte los
sesos en conseguir agua potable con tanta antelación, si cuando la sed apriete
ya se agudizará el ingenio. ¿No? Es mejor ser práctico. Así que, tú ponte cómodo
en la arena, mientras tanto, y disfruta la fruta.
Probablemente
después de comer pasarás varias horas sumido en un profundo estado de
relajación, contemplando nubecitas, asistiendo al espectáculo de ligera
contorsión de las palmeras y haciendo la digestión de todo lo que te has
zampado hasta que el sol diga “hasta mañana”. De las diurnas imágenes
proyectadas en la gran pantalla celestial pasarás a observar pequeños puntos
brillantes, distribuidos de modo más o menos uniforme. Entonces recordarás que
el ser humano fue diseñado de tal manera que es perfectamente capaz de sentir
el fresquito ocasional, del verbo ‘ocaso’.
Echa una ojeada a
tu bolso/bolsillo. ¿El móvil por el que te clavaron casi quinientos euros
–porque tenía una estúpida aplicación más que el anterior modelo, de la que
todos tus amigos presumían– aún sigue con vida para utilizar su luz como
linterna? ¿No? Pues ahora ha llegado el momento de preocuparte mucho y de dejar
que el dúo formado por pánico y estrés le tome el relevo a la simple y singular
vagancia y haga su contribución a la causa. No solo está el hecho de que tu
cuerpo se esté quedando en estado de Yolado al llegar a un hogar, sino que
además tu sugestión se pondrá a trabajar a máximo rendimiento debido a la
ausencia total de iluminación en el desconocido escenario donde que te
encuentras, y eso te llevará a alcanzar la cima de la desesperación en cuestión
de segundos. Comenzarás a deambular trotando torpemente por las dunas, con los
brazos extendidos, en busca de algún tipo de dispositivo que pueda salvar
tu situación, aunque obviamente no vas a tener éxito y al final caerás exhausto
por el inútil esfuerzo. Sabiendo de antemano todo esto, trata de concienciarte
de dormir toda la noche –y parte del día si es necesario– del tirón, una
vez que te hayas desplomado; ignorando durante el sueño cualquier tipo de roce
o de sonido, e incluso de dolor. Después de la tormenta tiene que volver la
calma y no hay nada que aporte más paz que roncar hasta que los párpados se te
queden pegados.
Y bien. Una
vez llegados a este punto, felicidades si no has logrado cumplir tu segundo día
como náufrago con los sistemas y aparatos de tu cuerpo en funcionamiento. En
caso contrario, eso significa que deberás continuar leyendo atentamente esta
guía y llevar a cabo con más rigor sus recomendaciones durante los próximos
capítulos. Aunque todavía es pronto. No desesperes. O sí...
Hey! A mí, me gusta mucho! jeje la verdad, tengo que tomar nota de tu guía)
ResponderEliminar