A la altura de
la montaña más mediana sita en el centro de la sierra, podía verse, sin mirar directamente, la mitad de un sol
resplandeciente. Era bastante posible que bajo aquellos incipientes rayos que
alumbraban la mañana, alguna que otra piedra resbalara por la pendiente
llegándose a crear en los bajos de la falda un pequeño disturbio. Por suerte,
no solían producirse lesiones importantes entre los implicados, lo cual
resultaba un alivio para los más sensibles observadores que no comprendían su
ausencia de sistema nervioso.
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