Casimiro –Cielo, está tardando mucho hoy la
asistenta. ¿No te habrá llamado a tu móvil para avisarte de que vendría más
tarde? Porque hace ya cuatro minutos que debería estar aquí.
Azucena –No, mi teléfono no ha sonado en toda la
mañana.
Casimiro –Pues en ese caso habrá que despedirla. En
cuanto llegue, dile que se apresure a preparar la comida para todos y luego la
echas. Esta misma tarde convocaré otro casting para seleccionar a una nueva
empleada del hogar.
-------------------------------------------------------------------------
Jacobo –Bueno, Casimiro, me han encantado tus
historias. Especialmente la de aquella vez que pediste un café irlandés y la
negligente camarera te sirvió una manzanilla. Pero, vista la hora que es, debería
ir yéndome ya. No quiero que se me impaciente la señorita, je, je.
Casimiro –¡¿Cómo?! ¡Pero si aún no te he contado lo
mejor! Va, quédate solo un par de minutos más y te aseguro que merecerá la
pena.
Jacobo –Está bien, tomémonos la última copa. Pero
diez minutos y me marcho. Suerte que tengo un Audi nuevecito aparcado ahí
afuera.
Casimiro –Verás, pues la cuestión es que aquella
soleada mañana yo me levanté de la cama a las siete en punto, como vengo
haciendo todos los días desde que era un infante, y sin pasar primero por el
aseo me dirigí directamente a la cocina a por…
Jacobo –Nueve minutos.
Casimiro –Total, que después de tomar el desayuno y
de leer la prensa fui a ver si los vecinos ya estaban en pie. Encontré al chico
metido en el garaje, aunque en lugar de estar fabricando chismes manoseaba una
especie de sustancia viscosa, de color oscuro. Al cabo de un rato, cuando sacó
las manos de la palangana pude advertir que se trataba de una criatura viva,
pues no dejaba de moverse de modo similar a un pulpo. No obstante, la
diferencia con dicho animal marino era abismal... Jacobo, si no fuera porque soy
una persona sumamente inteligente y con una gran sensatez, hubiera pensado que
esa cosa era alguna clase de alienígena. Jamás había visto nada mínimamente
parecido.
Jacobo –¿Pudiste ver si tenía ojos, boca, garras…?
Casimiro –No distinguí ninguna parte concreta de su
anatomía. Parecía solamente un pedazo de masa en continuo movimiento.
Jacobo –Es bastante extraño. Aunque probablemente
se meneaba debido a algún tipo de mecanismo oculto. Puede que la masa estuviese
siendo agitada mediante ondas sonoras, por ejemplo.
Casimiro –Te aseguro que no se trataba de una mera
ilusión óptica, eso sí que no. Es más, para que acabes de hacerte una idea
respecto al surrealismo de la situación, añadiré el detalle de que media hora
más tarde apareció la chica con el pelo bastante más corto que de costumbre y
teñido de rubio platino. Aparte, también vi que llevaba en la oreja izquierda
uno de esos horribles pendientes que están tan de moda ahora entre los jóvenes.
Jacobo –¿Un dilatador? Mi hijo quiere ponerse un
par de ellos, pero le tengo dicho que por encima de mi cadáver.
Casimiro –Por Dios, ¡si solo tiene catorce años!
Jacobo –Exacto, eso mismo le dije a mi ex mujer.
Catorce años. Pero, aunque no te lo creas, la mitad de los chicos y chicas de
su clase ya van por ahí con esas cosas tan siniestras… Bueno, volviendo a lo de
antes, ¿qué es lo que te parece tan raro de la situación que me estabas
contando? Porque vale que el look que me describes no suena precisamente bien,
y menos en una chica hembra tan hermosa, pero…
Casimiro –Pero al día siguiente volvía a llevar el
pelo como siempre. Y del pendiente, ni rastro. Cuando me levanté esa mañana
todo parecía haber vuelto a la normalidad. Tampoco había seres gelatinosos en
el garaje… En definitiva, me quedé totalmente perplejo y desconcertado.
Jacobo –Vas a terminar pensando que soy un
desconfiado, amigo, aunque comprenderás que no resulta fácil para alguien como
yo asimilar tanto fenómeno paranormal en cuestión de minutos. Así que tengo que
hacerte las preguntas de rigor. ¿No hay posibilidad de que todo lo que viste
aquel día simplemente lo hubieras soñado?
Casimiro –No. Del todo imposible. Mira esta escalofriante
cicatriz que tengo en el dedo.
Jacobo –¿Dónde? No veo nada.
Casimiro –Aquí, en el centro exacto de la segunda
falange. Me hice la herida cortando un pomelo para el desayuno justo antes de
encontrarme con aquella insólita escena.
Jacobo –Ajá... Sí, sí... Creo que ahora sí lo veo. Bueno, pues no tengo nada más que
decir. Has conseguido realmente dejarme sin palabras. Supongo que te llamaré un
día de esta semana o de la próxima para informarte de cómo está la cosa
respecto a tu propuesta, pero ya te avanzo que el tema está bastante complicado.
Casimiro –Bien, me mantendré entonces a la espera. Gracias
por tu tiempo, Jacobo. Me alegro mucho de haberte visto.
Jacobo –Lo mismo digo. Cuídate y dale recuerdos a
tu mujer de mi parte.
-------------------------------------------------------------------------
Casimiro –¡Querida! ¿Se ha presentado por fin la
asistenta?
Azucena –Sí, acaba de llegar ahora mismo. ¿Sabes
que ha tenido la poca vergüenza de decirme que se le ha pinchado una rueda
mientras venía de camino? Por supuesto, nada más aparcar, se habrá puesto a
toquetear los bajos del coche para que su pobre excusa resultara creíble. Se
piensa que puede engañarme a mí, con unas manos sucias.
Casimiro –No te preocupes, querida mía. Todas las
mentiras tienen un precio y esta miserable está a menos de una hora de pagarlo.
Azucena –Los
que no vamos a pagar nada somos nosotros.
Casimiro –¡Obviamente! Que se olvide de recibir
remuneración alguna por lo que lleva trabajado este trimestre.
Azucena –Ah, y hablando de dinero, ¿qué tal
te ha ido con Jacobo? ¿Has conseguido llegar a algún acuerdo con él?
Casimiro –Pues la verdad es que no ha salido para nada
como yo esperaba. No se le veía demasiado convencido, a pesar de todos los
detalles que he aportado para propiciar su colaboración. Mucho me temo
que tendremos que continuar investigando por otras vías.
Azucena –Pero, ¿y a quién vas a recurrir? No
podemos ir confiando en cualquiera, por mucho que sepa del
tema.
Casimiro –En eso tienes razón, y ya nos hemos
arriesgado demasiado esta vez. Durante
toda la conversación he notado tan alto grado de escepticismo, tanto en sus
gestos como en sus palabras...
Azucena –Ay, Dios santo, nos habrá tomado por un par de
locos y ahora va a crearnos mala fama en todo el país. ¡Es el fin de nuestra
impecable reputación!... Tienes que matarle.
Casimiro –Mujer, tampoco exage...
Azucena –Si es que teníamos que haber previsto algo
así, ¡maldita sea! ¿¡Cómo pudiste pensar que iba alguien a…!?
Casimiro –¡Bueno, haz el favor de calmarte! Y baja
la voz, que todavía va a terminar por enterarse la criada desde la cocina.
Mira, cielo, sabes que yo no confío completamente en nadie más, aparte de ti,
pero después de pasar sin éxito por la oficina de patentes tenía que
intentarlo. Necesitaba a alguien que fuera capaz de cumplimentar el informe de
patentabilidad detallando todas las características técnicas del invento, ya
que es el paso previo para poder solicitar los derechos exclusivos de
explotación. Piensa que, después de todo, éste podría ser el negocio del siglo
y algo así merece que se asuman ciertos riesgos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario