martes, 13 de septiembre de 2011

La puerta


Se despertó esa mañana con una extraña y amarga sensación. En cuestión de segundos, logró despejarse lo suficiente para recordar qué era lo que le producía tal angustia. Lo mismo de todos los días: aquella maldita puerta impenetrable. Furioso, fijó su mirada en ella y se levantó del suelo. Qué más podía probar ya, si había tratado de abrirla con infinidad de métodos. Pero tenía que haber alguna manera... Estaba tan obsesionado con ello que ni llevaba la cuenta del tiempo que había transcurrido hasta entonces. Tiempo, en el cual, su estado de ánimo compaginaba profunda ira y enorme tristeza, ambas acompañadas de ansiedad.

A pesar de estrujarse los sesos más y más, al tipo no se le ocurrió nada nuevo para, ya no abrirla delicadamente, sino derribar la puñetera puerta. Aunque al principio empezó utilizando técnicas muy sutiles, luego sus sistemas se fueron volviendo cada vez más bruscos y radicales a medida que aumentaba su desesperación. Durante las últimas semanas la había estado aporreando de mil maneras con todo tipo de objetos e incluso con su propio cuerpo. Y sin llegar a soltar del todo la esperanza, decidió intentar ahora con una recopilación de todos los métodos anteriores. Pero Doña Suerte tampoco apareció esta vez y, al caer la noche, el terrible sentimiento de impotencia, más intenso que nunca, se apoderó de su mente. 

–¡Necesito abrirla para poder alejarme de aquí! –Gritó mirando al cielo– ¿Por qué carezco de la pericia o de la fuerza necesaria? Centenares de lágrimas comenzaron a emanar de sus ojos. Como si quisiera surcar varios caminos en la piel, el tipo clavó las uñas en sus mejillas y se arañó de arriba a abajo de forma harto violenta. Acto seguido la emprendió con la camiseta que llevaba puesta, desgarrándola hasta quedar reducida a diminutos jirones que fue esparciendo a su alrededor. Luego, cogió uno de los artilugios con forma semejante a la de un de flagelo, que él mismo había ideado y fabricado para la apertura de la puerta, se fustigó con fuerza enésimas veces y, ya para terminar la jornada, se dejó caer de cualquier manera como un peso muerto.

Le costó un buen rato dormirse pese al gran derroche de energía, pero ya mañana sería otro día. Otro día igual de tormentoso en el que, a los pocos segundos de abrir los ojos, volvería a tomar conciencia de la pesadilla que no le dejaba vivir: esa malnacida puerta en mitad de un espacio totalmente abierto...


No hay comentarios:

Publicar un comentario