martes, 13 de septiembre de 2011

Historias de un sin techo - II -



En una casa de la zona residencial más pija de la ciudad, el menor de la familia en edad, pero no en estatura, mantenía una conversación con la responsable femenina de haberle hecho formar parte de la humanidad: 

–Mamá, esto lo tiro, ¿vale? No me fío ya demasiado de su aspecto.

–No, Nicolás, no lo tires a la basura. Ponlo mejor en un platito de plástico y déjalo en la calle para los gatos. Pobres animalillos.

Mientras tanto, el señor vagabundo, cuyo nombre de pila desconocía o simplemente no recordaba, se hallaba explorando la zona en busca de combustible para su organismo. Había idealizado aquel lugar como el paraíso, pues imaginaba que con semejante nivel económico la comida desechada estaría totalmente exenta de agentes infecciosos, tanto por el exigente criterio de calidad respecto a los manjares que, se suponía, tenían sus habitantes, así como por los impolutos contenedores, los cuales había previsualizado forrados en su totalidad con cristales de Swarovski.

Pero después de recorrerse media barriada sin encontrar nada que raspar, inevitablemente la decepción estaba empezando a hacer mella en el ánimo de don anónimo. En relativa lejanía divisó a un chico saliendo de su casa. Éste portaba algo sobre ambas manos que dejó con cuidado en el suelo, al lado de la puertecilla del jardín. Luego volvió a entrar. El indigente pensó que sería conveniente ir a echar un vistazo y, nada más comenzar la aproximación, vio como un grupo de perros flacuchos se le adelantaban. Aceleró un poco el paso, sin desviar la mirada de la escena. 

Pese a encontrarse ya lo bastante cerca como para que le resultase posible distinguir las formas de aquel misterioso objeto, los perros lo olisqueaban apelotonados alrededor, sin dejar la más mínima parte visible. Pero unos metros antes de llegar el hombre hasta su objetivo, los animales dieron media vuelta y se marcharon con cierta prisa. Aquello era justo lo que él imaginaba: un plato lleno de sustancia. Una vez que se halló justo delante del plato se quedó un buen rato pensativo... La cuestión no era si se lo enviaría o no al estómago, pues eso ya lo había descartado nada más atisbarlo a media distancia, sino que se trataba meramente de averiguar qué habría sido aquello antes de transformarse en medio kilo de masa putrefacta.





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