viernes, 26 de enero de 2018

Amor sin fronteras


   Érase una vez dos paredes que querían besarse. Ante la continua desesperación de la primera, la otra se estrujó los ladrillos hasta que se le encendió la bombilla y lanzó su propuesta durante la conversa telepática de aquella tarde:

–Es solo cuestión de incitar al más propenso.

–¿Al más propenso para qué?

–Para pegarme un chicle.

–Hace un momento estabas diciéndome que era dulce como un caramelo de macedonia y ahora de repente me saltas con eso… Bueno, sí, algún tipo asociación hay por medio, ¿pero tiene que ver eso ahora?

–Pues que si Mahoma no puede ir hasta la montaña, algún tipo de porquería el camino hará.

–Me encanta cuando te pones así de filosófico.

–No es filosofía, es pragmatismo. ¿En tu barrio hay mucha gente que se entretenga mascando goma?

–Aquí eso parece ser que no está muy de moda.

–Pues por aquí es imposible transitar sin dejarse cada dos por tres alguna zapatilla, ya que otra de las tendencias de estos humanos es llevarlas desatadas. Anoche, uno de ellos se me acercó y estuvo a punto de decorarme con el pegote salivado, aunque finalmente optó por arrojárselo a una muchacha que pasaba con el Scooter.

–Cielo santo, vaya un vandalismo pintoresco. Lo típico de estas calles es pasarse el día pintando con sprays. Nada tan fuera de lo corriente.

–¡Eso es perfecto!

–Piensas igualito que las doñas y la policía.

–Claro, he ahí el inconveniente. Pero si conseguimos que ese tipo de acciones adquieran un significado para ellos, lo demás es poner cemento y cantar. Lo único que en principio tendremos que hacer nosotros es resultarle atractivos a la persona indicada, como ya te comentaba. Y a ti, con todos tus encantos, no creo que eso te suponga el más mínimo problema.

–Aiiiss…

–El efecto dominó hará el resto.

–Ya voy viendo por donde vas. ¡Es como el fenómeno de los coches abandonados!

–¡Exacto! Es lo mismo que hablábamos en nuestra primera tertulia. Recuerdo que me contaste que allí la gente mantenía la compostura solo hasta que alguien tiraba la primera piedra, pegaba la primera patada, escupía la primera flema, hacía la primera rayada, pinchaba la primera rueda, bateaba la primera luna, arrancaba el primer retrovisor, acercaba la primera llama… Y luego el pobre que vuelve de las vacaciones...

–Yo creo que puedo probar con eso de las pintadas. Hay mucha adoración hacia John Lenon y pasión por las canciones de los Beatles.

–¡Lo tienes medio hecho entonces!

–Tú, con tu alergia, lo tienes más difícil. Y lo de los chicles…

–No, mujer, ya verás cómo algo se me ocurrirá.


   Tras la excitante charla, los muros de Berlín y de Praga concentraron todo su ingenio y energía en llevar a cabo aquel proyecto. No tardaron en ponerse manos a la obra. Cada uno de ellos se esforzó para que reluciesen sus mejores fragmentos a fin de conquistar el vandalismo y posteriormente a la autoridad. El limitado ser humano de aquel tiempo apenas podía hacerse una idea de la fuerza de ese sentimiento al que llaman amor, y de lo poderoso que es a la hora de superar fronteras aun careciendo en las entrañas de centros de placer, de sistema de recompensa alguno y obviando la segregación de oxitocina o de sustancias por el estilo. Los muros están hechos de piedra, pero sin embargo no son de piedra.

   Y por fin, un buen día de 20984, los muros estaban a tan solo unos pocos metros de tocarse. Pero entonces comenzó a hacerse notable una extraña e incómoda presencia. Tras la esquina de un pueblecito medio arrasado en el sudeste de la nación alemana, apareció una tercera pared sita en Verona. La pobre había tenido que esprintar como alma que lleva el diablo para impedir que el muro de Praga y de Berlín se uniesen, pues todavía suspiraba por los cimientos del germánico, aún mucho después de su ruptura.

–Pero bueno, ¿qué diantres haces tú aquí?

–Traigo una carta para ti, de entre las muchas que hay para Julieta. Te recordará eso a otro papelito, también lleno de letras y de firmas, que sigue estando vigente, ¿no?

–¿Y cómo te has enterado de esto?

–Me lo dijo un ladrillito.

–Espero que detrás de esa capa de gomitas de colores exista una explicación que apacigüe lo que ahora mismo me corre por las grietas…

–Yo misma te la puedo dar. El muro que estás a punto de absorber con tu repugnante pintura está casado conmigo.


   Al instante de escuchar tales palabras, el muro de Praga se desplomó allí en medio. En medio de varios pueblos, carreteras y ciudades; sin que al de Berlín le diera tiempo a curarle aquel soponcio. Y de la profunda pena, que le caló hasta el más duro de sus bloques, el germánico se fue resquebrajando hasta quedar también reducido a simple gravilla. Todas las cartas para Julieta, junto a la nota para el muro casado milenios atrás –pero por una cuestión meramente política y fruto de un astuto engaño– prendieron el vuelo arremolinadas sobre los boquiabiertos humanos, que aún se preguntaban por qué habían sido incapaces durante tantas generaciones de detener aquel viscoso avance y, sin embargo, de repente, así sin más, se vinieron abajo en cuestión de unos pocos segundos. 


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