Buenas
tardes, mis queridísimas amigas (las que os dignáis a darle likes a los post, un poco más que las otras).
Hoy
voy a explicaros la receta de un plato perfecto para las fechas que se nos
avecinan; una comida típica de mi tierra que, especialmente para aquellas que
vais más justas de presupuesto, constituye un auténtico manjar. Yo la verdad es que no suelo prepararlo, a menos que algún día me dé pereza conducir hasta la tienda Delicatessen a por la ternera de Kobe y el caviar ruso. Pero no tengo problema en admitir que, en esos casos raros, se trata de una de mis primeras opciones.
Adelanto que la
salsa de este plato lleva bastante trabajo, todo hay que decirlo. No es que sea demasiado
complicada de elaborar, pero sí es necesario tener paciencia. Con practicar un
poco de yoga unos noventa minutos antes puede ser suficiente. Ah, y también
anticipo que si os gusta notar el sabor a perejil en la boca durante horas,
podéis echarlo sin miedo en cantidades industriales. Con el ajo y las
guindillas, lo mismo. Eso sí, cuidado no se os vaya a ir la mano con la sal,
que la moda marca que es mala para la salud. Bueno, paso a listaros todo lo que
os hará falta para que vuestro plato pueda llamarse cocochas al pil pil, y no pollo
con almendras.
Ingredientes para dos personas:
500 gramos de cocochas de merluza
Un
puñado de guindillas
Ajo
en abundancia
Perejil
al gusto
Un
chorro o dos de aceite de oliva virgen extra
Una
pizca de sal
Elaboración:
Antes
de nada, como siempre os recuerdo, es recomendable que os lavéis ambas manos a
conciencia. Sé que este consejo puede parecer una perogrullada, pero a muchos
de vosotros se os olvida y no es plan ponerse a transferir bacterias oriundas
del cuarto de baño, por ejemplo. Los alimentos os lo agradecerán.
En
segundo lugar, pensad que la elección de los instrumentos con los que vais a
trabajar es una cuestión importante. De poco sirve apuntar con el dedo al
bogavante más apuesto de todo el acuario para que termine achicharrándose en
una cazuela de hojalata, digo yo. No tiene mucho sentido. Así que
ésta deberá ser una decisión bien meditada, sobre todo si os halláis en cocina
ajena. Si acaso realizad un previo inventario de todo aquello que no esté
creando vida en la pica o en cualquier otra parte de la casa. O trabajad un poco el
bíceps con el estropajo, si os veis con ganas.
Una
vez que ya tengáis todo listo para empezar, podéis echar el chorro o dos de aceite de oliva
virgen extra en vuestra perola. Lo ideal sería disponer de una especie de piscina
para sumergir el ajo y la guindilla, aunque también sirve si se bañan hasta la
mitad y se les va dando un meneo cada cierto rato hasta alcanzar un dorado
uniforme. Cuando parezcan una pandilla de alemanes después de una semana en
Benidorm, con una espumadera vais extrayendo las partículas y las depositáis en
un plato.
Las
cocochas, posteriormente, habrá que limpiarlas y colocarlas en la misma cazuela utilizada
para rehogar la guindilla y el ajo. Así, sin fregar ni nada. La piel deberá quedar hacia arriba. Y en este
caso, en lugar de usar un cubierto de esos de madera para remover, con la mano
en el asa vamos zarandeando en círculos. Tened en cuenta, amigas mías, que el
aceite no debe llegar a hervir. Con que se formen unas pequeñas pompas
alrededor del pescado será suficiente.
Por
cierto, no es por hacer publicidad, pero el otro día fui a dar un garbeo por el
YEAH y me fijé en que todo lo que es menaje de cocina está muy bien de precio.
La calidad no es que sea la bomba, pero podría calificarse como aceptable. El
máximo inconveniente en ese tipo de tiendas, en general, quizás es el hecho de tener que montar tú misma las estanterías, armarios y demás, a riesgo de que en cualquier momento se te abalancen los muebles encima porque te sobraron sospechosamente varias piezas y tornillos... Bendita cinta pegajosa.
Y hablando del YEAH, con lo poco que soy yo de peluches, ¡fíjate tú! Pero cuando
pasé por la sección de los críos los vi allí tan monos (a los muñecos, no a los
insoportables críos), colocaditos en la estantería, con sus ojitos de plástico
mirándome… que no fui capaz de resistirme a agarrar unos cuantos por los pelos
y lanzarlos a la puñetera cesta.
Bueno, como os iba diciendo…
Bueno, como os iba diciendo…
–Mari,
tanto hablar de comida, ¿qué vas a hacerme hoy de comer?
–Pero
Paco, ¿tú que haces aquí?
–Coño,
pues que estoy ya muerto de hambre y no quedan pipas para picar ni nada.
–¿Cómo
que "coño"? A ver si me cuidas ese lenguaje, que hay personas delante. Y espérate
un rato más, joder, que no son ni las doce y media. Este hombre… siempre
atosigando...
En
fin, después de meterle un sopapo al pesado de vuestro marido retiráis la
cazuela del fuego y continuáis agitando hasta que la salsa ligue. Hasta que
ligue consigo misma, quiero decir, no con el fontanero. A ese ya se lo ha
ligado la vecina de arriba. Pobrecito mío, que Dios le ampare o le acoja en su
gloria... Pero a todo esto, no paréis de menear con ritmo hasta conseguir un plato
de revista con su salsa bien homogénea.
En
cuanto así lo consideréis, volcáis a un plato o a una fuente de cristal chula el
contenido y... ¡voilá! Ahí tenéis
vuestra receta hecha realidad.
¡Qué
aproveche!
P.D:
Ya me contaréis qué tal os queda la salsa ;)
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