domingo, 21 de diciembre de 2014

Cocochas al pil pil


Buenas tardes, mis queridísimas amigas (las que os dignáis a darle likes a los post, un poco más que las otras).

Hoy voy a explicaros la receta de un plato perfecto para las fechas que se nos avecinan; una comida típica de mi tierra que, especialmente para aquellas que vais más justas de presupuesto, constituye un auténtico manjar. Yo la verdad es que no suelo prepararlo, a menos que algún día me dé pereza conducir hasta la tienda Delicatessen a por la ternera de Kobe y el caviar ruso. Pero no tengo problema en admitir que, en esos casos raros, se trata de una de mis primeras opciones. 

Adelanto que la salsa de este plato lleva bastante trabajo, todo hay que decirlo. No es que sea demasiado complicada de elaborar, pero sí es necesario tener paciencia. Con practicar un poco de yoga unos noventa minutos antes puede ser suficiente. Ah, y también anticipo que si os gusta notar el sabor a perejil en la boca durante horas, podéis echarlo sin miedo en cantidades industriales. Con el ajo y las guindillas, lo mismo. Eso sí, cuidado no se os vaya a ir la mano con la sal, que la moda marca que es mala para la salud. Bueno, paso a listaros todo lo que os hará falta para que vuestro plato pueda llamarse cocochas al pil pil, y no pollo con almendras.


Ingredientes para dos personas:

500 gramos de cocochas de merluza
Un puñado de guindillas
Ajo en abundancia
Perejil al gusto
Un chorro o dos de aceite de oliva virgen extra
Una pizca de sal


Elaboración:

Antes de nada, como siempre os recuerdo, es recomendable que os lavéis ambas manos a conciencia. Sé que este consejo puede parecer una perogrullada, pero a muchos de vosotros se os olvida y no es plan ponerse a transferir bacterias oriundas del cuarto de baño, por ejemplo. Los alimentos os lo agradecerán.

En segundo lugar, pensad que la elección de los instrumentos con los que vais a trabajar es una cuestión importante. De poco sirve apuntar con el dedo al bogavante más apuesto de todo el acuario para que termine achicharrándose en una cazuela de hojalata, digo yo. No tiene mucho sentido. Así que ésta deberá ser una decisión bien meditada, sobre todo si os halláis en cocina ajena. Si acaso realizad un previo inventario de todo aquello que no esté creando vida en la pica o en cualquier otra parte de la casa. O trabajad un poco el bíceps con el estropajo, si os veis con ganas.  

Una vez que ya tengáis todo listo para empezar, podéis echar el chorro o dos de aceite de oliva virgen extra en vuestra perola. Lo ideal sería disponer de una especie de piscina para sumergir el ajo y la guindilla, aunque también sirve si se bañan hasta la mitad y se les va dando un meneo cada cierto rato hasta alcanzar un dorado uniforme. Cuando parezcan una pandilla de alemanes después de una semana en Benidorm, con una espumadera vais extrayendo las partículas y las depositáis en un plato.

Las cocochas, posteriormente, habrá que limpiarlas y colocarlas en la misma cazuela utilizada para rehogar la guindilla y el ajo. Así, sin fregar ni nada. La piel deberá quedar hacia arriba. Y en este caso, en lugar de usar un cubierto de esos de madera para remover, con la mano en el asa vamos zarandeando en círculos. Tened en cuenta, amigas mías, que el aceite no debe llegar a hervir. Con que se formen unas pequeñas pompas alrededor del pescado será suficiente.

Por cierto, no es por hacer publicidad, pero el otro día fui a dar un garbeo por el YEAH y me fijé en que todo lo que es menaje de cocina está muy bien de precio. La calidad no es que sea la bomba, pero podría calificarse como aceptable. El máximo inconveniente en ese tipo de tiendas, en general, quizás es el hecho de tener que montar tú misma las estanterías, armarios y demás, a riesgo de que en cualquier momento se te abalancen los muebles encima porque te sobraron sospechosamente varias piezas y tornillos... Bendita cinta pegajosa.

Y hablando del YEAH, con lo poco que soy yo de peluches, ¡fíjate tú! Pero cuando pasé por la sección de los críos los vi allí tan monos (a los muñecos, no a los insoportables críos), colocaditos en la estantería, con sus ojitos de plástico mirándome… que no fui capaz de resistirme a agarrar unos cuantos por los pelos y lanzarlos a la puñetera cesta. 

Bueno, como os iba diciendo…

–Mari, tanto hablar de comida, ¿qué vas a hacerme hoy de comer?
–Pero Paco, ¿tú que haces aquí?
–Coño, pues que estoy ya muerto de hambre y no quedan pipas para picar ni nada.
–¿Cómo que "coño"? A ver si me cuidas ese lenguaje, que hay personas delante. Y espérate un rato más, joder, que no son ni las doce y media. Este hombre… siempre atosigando...

En fin, después de meterle un sopapo al pesado de vuestro marido retiráis la cazuela del fuego y continuáis agitando hasta que la salsa ligue. Hasta que ligue consigo misma, quiero decir, no con el fontanero. A ese ya se lo ha ligado la vecina de arriba. Pobrecito mío, que Dios le ampare o le acoja en su gloria... Pero a todo esto, no paréis de menear con ritmo hasta conseguir un plato de revista con su salsa bien homogénea.

En cuanto así lo consideréis, volcáis a un plato o a una fuente de cristal chula el contenido y... ¡voilá! Ahí tenéis vuestra receta hecha realidad.

¡Qué aproveche!


P.D: Ya me contaréis qué tal os queda la salsa ;)


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