Fátima –Hola… Pasa y siéntate donde puedas. Tengo que ir
a la habitación a buscar los papeles, pero no tardaré demasiado.
Jacobo –Cómo ha cambiado esto desde que me fui. Al menos
el salón está irreconocible. ¿Los sofás son de Ikea?
Fátima –De Luxury house. La lámpara sí es de Ikea.
Jacobo –Lo sé, te la regalé yo por tu cuadragésimo
segundo cumpleaños.
Azucena –Que será el año que viene.
Jacobo –Mujer, ya sabes que al hablar muchas veces se me traba
la lengua. Hay que perdonar de vez en cuando los errores técnicos de los demás, que al fin y al cabo somos humanos. Bien, vuelve a dejar otra conversación
inacabada. ¡Pero al menos no me hagas esperar mucho! Soy un hombre ocupado...
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Fátima –Bueno, aquí están. Con eso te harás una idea de cómo funciona el tema.
Jacobo –¿Y me lo explica Marcel Proust? Voy a tener que
salir en busca de mi tiempo perdido después de esto.
Fátima –Llévatelo y estúdialo con calma. Debes prestar
especial atención a los párrafos que te he marcado con asterisco rojo.
Jacobo –Está bien, ya le echaré luego un ojo. Oye, nena, llevo ya unos cuantos días tratando
de contactar con Lorenzo. Mira que le he hecho llamadas, pero no me coge el
teléfono. ¿Te ha comentado algo sobre mí? ¿Sabes si está enfadado por tal o cual, o simplemente se fue de acampada con sus amigos?
Fátima –Si no recuerdas mal, la última vez que os
visteis le prometiste que te lo llevarías contigo a Amsterdam para el puente de
la Constitución. Claro que, luego, cuando llegó el momento de partir, olvidaste
que tenías un hijo y yo tuve que pasarme tres semanas tratando de consolarle
subrepticiamente. Porque, ¿sabes? El chico nunca manifiesta sentimientos de
tristeza, pero eso no quiere decir que no los tenga y me temo que tú ya le has
decepcionado demasiadas veces.
Jacobo –Mujer, tú y tus conjeturas poco fundamentadas. Siempre crees ver más de lo que en realidad sucede.
Fátima –Sabes tan bien como yo que no estás actuando de manera correcta. Deberías hacer un esfuerzo por
colocarte en su lugar, y tratar de comprender las situaciones en que le sumerges
cuando le prometes cosas compulsivamente y luego cambias de un modo drástico de
idea. Piensa que ahora está en plena fase adolescente y todavía tiene el deseo
de compartir cierta parte de su vida con su padre, pero pronto podría disiparse
su necesidad de una figura paterna si siente que nunca estás ahí para él y, cuando
te quieras dar cuenta, tendrás a un hombre delante al que no serás capaz de
reconocer.
Jacobo –Vaya... El pesado de Casimiro me está llamando otra vez. Menos mal que decidí dejar el móvil en silencio para que no me molestase
con sus tonterías, pero ya que paga él, quiero aprovechar para averiguar algo. No tardo nada.
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Fátima –¿Qué quería tu amigo?
Jacobo –Bah, se ha torcido un poco el tobillo al bajar
las escaleras y me preguntaba si aquella vez que me partí la tibia tuve que
llevar durante muchos meses la escayola. Las chorradas de siempre. Y luego se
ha liado a darme una charla sobre lo cojonuda que es la obra de Delacroix, que
seguramente habrá descubierto antes de ayer. No veas lo que me ha costado esta
vez quitármelo de encima. Tengo la oreja candente.
Fátima –Ha llamado a casa mientras hablabas con él.
Jacobo –Coño. Pues haberme avisado para disfrutarlo en
estéreo, je, je, je. Pero, ¿cómo carajo sabía qué estaba aquí?
Fátima –No te buscaba a ti.
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